La Fira de Tardor que disfruta este fin de semana sa Pobla fue instituida en el año 1991 siendo alcalde Jaume Font y se celebró los días 23 y 24 de noviembre de aquel año, 105 años después de aquel octubre de 1886 en que dos nuevas ferias complementaban la más antigua de la localidad, que tradicionalmente se venía celebrando el primer viernes de noviembre.

La actual feria ´poblera´ fue la primera que se bautizó en la isla como Fira de Tardor y su institución obedeció al hecho incuestionable de la paulatina pérdida del interés y del espíritu ancestral de las ferias en todos los pueblos de Mallorca. Desde hace dos décadas, las localidades se han afanado en adaptar sus ferias tradicionales a los nuevos tiempos con la introducción de distintos eventos de unos formatos, contenidos y espíritu diferentes a los que caracterizaban las ferias de antaño.

Haciendo un poco de historia de las ferias de sa Pobla, cuentan las crónicas que la que se denominaba ´primera fira´, la más antigua, se celebraba el primer viernes del mes de noviembre. Era por tanto, una fecha móvil y al día siguiente, sábado por la mañana, se celebraba el ´Firó´. Consta en los archivos municipales que el Ayuntamiento, en el acta de la sesión del 24 de octubre de 1886, afirmaba: "...Seguidamente se trató respecto a la creación de dos ferias, sin perjuicio de la que se viene celebrando desde hace tiempo, dada la importancia que tiene adquirida esta población...". Y se decidió que estas dos ferias de nueva incorporación se celebraran los dos últimos domingos del mismo mes de noviembre.

Las tres ferias siguieron celebrándose hasta bien entrada la última década de los años cincuenta del pasado siglo, hasta que la primera -la del viernes- dejó de merecer interés y desapareció del calendario ferial, mientras seguían conservándose las de los domingos, que coincidían con el tradicional mercado dominical y por tal motivo siguieron registrando aceptable concurrencia, que iría disminuyendo con el paso de los años. Así, según consta en los registros municipales del año 1953, en la ´darrera fira´ instalaron sus puestos 110 feriantes, en la de 1954 el números de feriantes participantes fue de 94, al año siguiente 84 para bajar a 75 puestos en 1956.

Otra imagen retrospectiva del evento comercial de sa Pobla. ARCHIVO JOAN LLABRÉS

El paulatino languidecer de las ferias obedecía a que con el paso de los años el sentido, la esencia, el significado y las costumbres de las mismas iban cambiando empujados por un progreso que aportaba nuevas ofertas y novedosas oportunidades que afectaban a las transacciones comerciales y al ´modus vivendi´ de la sociedad.

Reflejo de una sociedad agrícola

En localidades como sa Pobla donde predominaba el sector agrario, el mes de noviembre cerraba el año agrícola y las tierras se preparaban para una nueva ´anyada´. Los payeses ingresaban el producto de sus cosecha y liquidaban sus cuentas con los menestrales -herreros, carpinteros y otros proveedores-, se pagaban los alquileres, los ´sençals´ y se renovaban los contratos con aparceros y gañanes, se compraban las herramientas y artículos domésticos de primera necesidad... y hasta las ferias del próximo año.

El cronista Alexandre Ballester, en un reportaje publicado en la revista local Vialfás el año 1957, como si de una premonición se tratara, decía: "Si se quiere continuar con ellas [las ferias] como centro de interés y no como meras tradiciones, hay que darles un carácter nuevo de acuerdo con los tiempos que vivimos: exposiciones de maquinaria agrícola, como ya se hizo en alguna ocasión; concurso de ganados; demostraciones de nuevas técnicas de cultivo. En fin, algo que de una razón de ser a algo que lamentablemente la va perdiendo".

El tradicional juego de la ruleta llamaba la atención. ARCHIVO JOAN LLABRÉS

Y así sucedió. De aquellas ferias de mediados del siglo pasado quedan nombres de personajes que han sido recordados de generación en generación como protagonistas de las mismas, como la castañera ´Na Simona´, siempre esperada por los niños, o ´L´amo en Lluc´ y sus ratitas grises que se comían una ensaimada. Mientras, las generaciones de las décadas de los 40 y 50 todavía conservan en su memoria aquella Plaça Major y calles adyacentes atiborradas de feriantes que durante casi dos semanas habitaban en sus barracas de lona o madera, los salones de tiro con el punto de mira de sus escopetas desviado para dificultar el acierto en la diana, el juego a la ruleta, las turroneras, los vendedores de juguetes y toda clase de artículos para satisfacer las necesidades de aquella época... Y huelen, todavía, aquel aroma a manzana azucarada, a churros calientes, coco y turrón.