Érase una vez una chica a la que le gustaba charlar con la Guardia Civil, una mujer devota y acalorada y un camarero que trataba (sin éxito) que los presentes no probaran los aperitivos antes de tiempo. El objetivo de la joven no era otro que intentar acceder dentro del recinto del Palio; primero de palabra (durante un par de horas y con referencias a la calidad ocular de uno de los beneméritos), y después, cuando el palique no alcanzó, con hechos, intentando colarse por entre sus piernas. No lo consiguió, pero no perdió la sonrisa.

El calor de la misa

Tras la misa de Sant Agustí, una señora sorprendió por su estilo. No por su vestido, sino por su ventilador negro. Tal cual. Mientras sus amigas portaban el sempiterno abanico, ella se decició por un gran aparato eléctrico que fue paseando dentro y fuera del templo. La trilogía se completa con el camarero contratado por el Ayuntamiento: "¡Qué nadie coma patatilla ni cacahuetes hasta que los Cavallets hayan bailado!". Lamentablemente algunos ya se habían llevado el plato cuando se quiso dar cuenta.