En Orient era de Son Terrassa y más tarde, cuando después de casarse se trasladó a Bunyola, fue también la Madona de Can Fil. Margalida Balle Cruellas celebró ayer un siglo de vida y el Patronat Local de la Vellesa de Bunyola junto con la asociación de Personas Mayores y el Ayuntamiento, se trasladaron a Son Sardina, donde reside con su sobrina desde hace diez años, para felicitarla.

Nacida en la possessió de Son Terrassa, de donde sus padres eran los amos, Margalida es una de las últimas -probablemente la última- persona nacida y criada en Orient y, por eso, es también la memoria viva de la pequeña aldea bunyolina.

Ella era la tercera de cinco hermanos. Cuando contaba un año, sus padres se trasladaron a la possessió de Bànyols, en Alaró. A los siete años, regresó a Son Terrassa, fue a la hoy desaparecida escuela de Orient y vivió allí hasta los trece, cuando fue internada durante tres años en el colegio de la Puresa de Palma.

Hace unos años, cuando fue entrevistada en la publicación anual que edita el Patronat Local de la Vellesa de Bunyola, recordaba su infancia en Orient, los nombres de sus habitantes de entonces, de sus comercios y tabernas, las rondalles que le contaba su padre, como aprendió a bailar ball de bot en la aldea y como cuando tenía once años le regalaron unos filats con los que salía cazar a sus bosques. También fue la primera niña en cantar la Sibil·la en la iglesia de Sant Jordi de Orient.

Años después, allí mismo conoció a quien sería su marido, Jaume Nadal de Can Fil, que también iba a cazar a Son Terrassa. Se casaron en la iglesia de Sant Jordi en 1944. Los primeros años vivieron en otra possessió de Orient, Son Vidal, hasta que en 1949 se trasladaron a Bunyola. Establecieron su residencia en la Posada dels Cocons y cuidaron las tierras de l´Ametlar -una gran finca situada en pleno núcleo urbano del pueblo- y la Tanca de Can Fil.

Su marido, Jaume Nadal, fallecido prematuramente en 1977, estaba emparentado con la familia Muntaner dels Cocons, de la que eran miembros los escritores Llorenç y Miquel Villalonga.

Tras su muerte, ella misma se encargó de cultivar y cuidar las tierras mientras la edad se lo permitió y siguió residiendo en la Posada dels Cocons hasta el año 2004. Muchos todavía la recuerdan cruzando la calle para entrar en l´Ametlar situado frente a la casa o sentada tras una de las ventanas de la Posada.

Aunque desde entonces ha regresado al pueblo en contadas ocasiones, su último gesto con los bunyolins fue hace poco más de tres años, cuando cedió l´Ametlar a un grupo de jóvenes para que lo convirtiesen en un huerto urbano. Decenas de familias cultivan ahora unas tierras repletas de historia y patrimonio que todavía son recordadas por muchos como "un jardín en medio del pueblo?.