Era un día soleado, como tantos del verano del 75 en Porto Cristo. Un grupo de amigos reunidos en el bar cas Rectoret hablaban de sus cosas para matar el tiempo. De pronto, uno de ellos tiene una idea luminosa que no puede retener en su cerebro: "¿Y si montáramos un pub dentro de un avión?". Las risas dejaron paso a la posibilidad. Había nacido el fenómeno nocturno que más tarde cristalizaría en es carreró, la zona de marcha manacorina por excelencia.

Tres de esos amigos: Guillem Riera, Jeroni Mesquida y Rafel Torrens, se pusieron manos a la obra. Lo primero, evidentemente, era buscar el aeroplano. Los responsables de Son Sant Joan no pusieron demasiadas pegas, había varios modelos en desuso que estaban dispuestos a quitarse de encima al peso y siempre que el comprador corriera con los gastos del transporte. Varias semanas y trámites después, eligieron el Transeuropa Douglas DC-4, un avión galo que voló durante años para Air France antes de ser vendido a la española TECA, el 21 de marzo de 1966, que lo reutilizó durante casi una década hasta el mismo 1975.

Pero, ¿cómo sortear por carretera los 60 kilómetros de Palma a Porto Cristo? Tenía que ser de madrugada para no entorpecer el tráfico y con la Guardia Civil escoltando, eso estaba claro. Pero el Douglas no cupo en el tráiler y hubo que trocearlo en tres partes: una delantera, el tronco y las alas... ya se montaría al llegar. Unos trabajos que costaron más de lo que pagaron por el avión francés.

En primavera todo estaba listo, habían alquilado unos terrenos en la primera curva del Riuet, en el antiguo puerto romano, una zona húmeda de paisaje casi rural; extraño y pintoresco para la nueva utilidad. Pero pese a que los vecinos del pueblo se sorprendieron, la prensa apenas se hizo eco del experimento. Solo el semanario Manacor Comarcal publicó durante varios números el anuncio de los propietarios: "Nos complacemos en informarles de la inauguración del Discopub D-3, con aire acondicionado para nuestra distinguida clientela".

La novedad, la estética y el arranque de los motores de la marcha porteña hicieron que durante los cuatro primeros años funcionara a muy buen ritmo. Abría por la tarde y cerraba de madrugada y no había joven de la comarca que no conociera, al menos, de su existencia.

Estaba tan lleno que murió de éxito. El avión entró pronto en las turbulencias que le estrellaron. La bajada de ´pasajeros´ hizo que corrieran rumores (infundados o no) de que el D-3 se había transformado en un club, un prostíbulo oculto entre la maleza. Y de ahí al desastre.

Un gallego calcinado

Los socios, iniciada la década de los 80, decidieron cerrar. Condenaron las escaleras que subían hasta las salidas de emergencia y se olvidaron del armatoste. Pero no todos lo hicieron; varios indigentes tomaron el avión a base de cuerdas anudadas e hicieron de él su hogar, acumulando tantos enseres, que en la madrugada del 8 de agosto de 1983 una chispa hizo que todo ardiera de manera descontrolada atrapando dentro a Eugenio López, un gallego que se había dejado caer por la costa junto a un compañero que fue salvado de las llamas por un vecino.