A las cinco y media de la mañana del martes 2 de septiembre de 2003, una feroz tormenta de granizo comenzó a llamar a las puertas del municipio de Consell. En pocos minutos una lluvia de proyectiles de hielo „de hasta 15 centímetros de diámetro, auténticas piedras„ golpeó tejados, árboles, coches y cristales, agujereando o abollando todo lo que encontraba en su trayectoria.

Así comenzó para cientos de vecinos de este pueblo de la comarca del Raiguer una jornada que sigue tan grabada en su memoria que muchos se sorprenden al saber que mañana se cumple una década desde aquella mañana en la que se despertaron de madrugada pensando que estaban bombardeando o ametrallando su hogar.

Y es que aquellos hechos siguen tan presentes que todavía hoy circulan por Consell algunos coches con la carrocería repleta de golpes, o pueden contemplarse tejados bicolor en los que es sencillo saber cuáles son las tejas que tuvieron que renovarse. Canaletas y porches de aluminio de algunas casas también siguen luciendo abolladuras diez años después. Estos son algunos de los ejemplos que todavía pueden verse, pero donde ha quedado más marcado aquel septiembre del 2003 es en el recuerdo de los consellers, que cada año por estas fechas siguen mirando el cielo con recelo. No hay que olvidar que cuatro años después, en octubre 2007, Consell también sufrió los efectos del ´cap de fibló´ (ciclogénesis explosiva, en castellano) que azotó la isla.

Otra circunstancia imborrable para todos los que padecieron las consecuencias del temporal de hace diez años y contemplaron perplejos como sus tejas quedaban hechas añicos o su coche parecía un colador, es el triste papel de las instituciones, y en especial del Govern balear, que primero anunció ayudas para los afectados, pero finalmente no entregó ni un euro a ninguno de los vecinos que presentaron toda la documentación requerida: fotos de los daños y presupuesto de reforma.

Muchos vecinos siguen recordando con cara de pocos amigos la visita oficial que realizaron a su casa o a su negocio la vicepresidenta Rosa Estarás, el conseller José María Rodríguez y el director general Joan Pol -los tres nombres no se le olvidan a nadie- para ver los efectos y anunciar las ayudas que nunca llegaron. El Govern no declaró Consell como zona catastrófica y únicamente concedió una subvención de 60.000 euros para que el Ayuntamiento reparara los daños producidos en los edificios de propiedad municipal. Otro caso curioso es el del Consell de Mallorca, que anunció que aportaría 50.000 euros para renovar la cubierta del pabellón polideportivo, pero a día de hoy todavía no ha hecho efectivo el pago.

El importe total de los daños producidos por el pedrisco del 2 de septiembre ascendió a 1,3 millones de euros, según el informe del perito de la conselleria de Interior. Esta cifra incluye la evaluación de particulares „822 expedientes valorados en 963.081 euros„, las consecuencias en instalaciones municipales „147.728 euros„, y en la iglesia „136.748 euros„. Y ante la falta de ayudas, toda esta renovación tuvo que realizarse echando mano de los seguros de hogar „que exigió un gran esfuerzo de gestión, puesto que las compañías estaban pendientes de la declaración de zona catastrófica„, o solicitando préstamos para afrontar las reparaciones.

En cambio, los afectados de desperfectos en su vehículo toparon con mayores problemas, puesto que ni los seguros contratados a todo riesgo quisieron asumir los daños de una granizada de esas características.

El actual alcalde de Consell, Andreu Isern, vivió muy de cerca las primeras reacciones a los destrozos puesto que su mujer trabajaba en una empresa de seguros. El munícipe lo recuerda: "No había salido de casa y comenzó a sonar el teléfono una y otra vez. Eran vecinos asegurados que pedían alarmados que un perito revisara su casa".

La concejal Margarita Llabrés recuerda que la estampa que resume aquellos meses posteriores es la de los tejados llenos de gente, como si estuvieran construyendo un pueblo nuevo. Isern explica que el consistorio „presidido en aquellas fechas por Antoni Amengual„ permitió que los vecinos reformaran sus casas sin necesidad de solicitar ninguna licencia, y añade sonriendo que "alguno se pasó un poquito y aprovechó para levantar alguna pared un poco más, pero bueno...". Otro dato que aporta Llabrés es que tan solo en los edificios de la bodega de Can Ribas se renovaron un total de 26.000 tejas.

Con estas cifras no es extraño que muchos vecinos afirmen que hubo problemas de abastecimiento de tejas, así como problemas para encontrar empresas de construcción que pudieran asumir los trabajos.

Antonia Salom sigue trabajando en la misma empresa que hace diez años, en la cooperativa Camp Mallorquí, y explica que las naves industriales sufrieron múltiples roturas por los golpes del granizo. "El problema es que son de Uralita (técnicamente fibrocemento) y al estar rotas se tuvo que hacer de manera especial y llamando a unos especialistas para que las cambiaran. Y después tuvimos que limpiar todo a fondo".

Otro inconveniente para la empresa fue que en septiembre comenzaban a recibir las almendras de los payeses y el hecho de tener goteras podía provocar la pérdida del producto. Salom recuerda que años después, cuando compró un coche nuevo y entregó el viejo le preguntaron qué había hecho para abollarlo de aquella forma. Muchos vecinos cuentan que durante meses era muy fácil identificar los coches de los consellers cuando circulaban por Palma, y en muchas gasolineras ya les saludaban preguntando: "¿A que usted es de Consell?".

Tomeu Pol, ahora jubilado, tenía una empresa de gomas con 3.500 metros cuadrados de naves industriales. Su caso y el de la carpintería Hercom fueron los más espectaculares, y muchos vecinos se acercaban a sus instalaciones para ver aquellas cubiertas totalmente agujereadas como un queso gruyere. Pol cuenta que tuvo que cambiar todo el tejado por completo, y que el seguro no se lo llegó a cubrir todo. Tampoco vio ni un euro de fondos públicos, y eso que Rosa Estaràs visitó su empresa y se interesó por los daños. Otro recuerdo que no se le borra de la cabeza al exempresario es que aquel verano fue uno de los más calurosos: "Julio y agosto fueron terribles, y después llegó septiembre y pasó esto".

Una de las zonas más castigadas fue la del campo de deportes y el colegio. Allí, frente a la actual Escoleta, tienen sus casas Mateu Roig y Margalida Fiol, y Antoni Company Borràs. Ambos casos son similares puesto que el granizo destrozó toda y cada una de las tejas de sus viviendas. Fiol dice que el viento arrancó dos nogales que tenían plantados en la entrada y la tormenta de viento y granizo levantó la cubierta a pedazos. Rompió las persianas de madera y los cristales de la cocina. Company asegura que sigue teniendo canaletas y persianas con los golpes marcados, pero que la reforma completa de su cubierta la realizó a los quince días del temporal porque tuvo la suerte de encontrar un mestre d´obres, "pero los días siguientes a la granizada continuó lloviendo y tuvimos que tapar la casa con plásticos para que no se filtrara agua por todas partes".