Sant Llorenç continúa siendo el referente olímpico mallorquín. El lugar donde las medallas se ganan a base de comer sandías o arrastrarse por el fango sin compasión. Como cada año, la plaza del Ayuntamiento fue el estadio olímpico en el cual un público entregado jadeo el espíritu de superación del mundo rural; ese que hace que de cada año la contienda vaya teniendo más adeptos.

Un total de 38 equipos con seis participantes cada uno se batieron el cobre para merecer el respeto del público y del abanderado de este año, Tomeu Penya, representado por el regidor de Fiestas Pep Gall, que presto encendió la llama olímpica del pebetero, dando así paso al inicio de la velada.

La sorpresa, la novedad para este año, radicaba en el gran tobogán acuático instalado en plena plaza y que hizo las delicias de los participantes y el público en general que a medida que se acercaba la parte final de los Juegos fue involucrándose en los retos.

Los participantes tuvieron que competir en diferentes pruebas payesas, como por ejemplo el lanzamiento de huevos de gallina, la carrera tirando de grandes y pesados fardos de paja o la búsqueda de objetos en una piscina y en un contenedor lleno de barro.

Pero como no sólo de físico vive el hombre, también hubo un espacio reservado a la mente con una serie de preguntas sobre el mundo rural, su idiosincrasia, sus labores y su entorno.

El deslizamiento por el tobogán era la última de las habilidades a demostrar, una prueba en la que se imponía quien más metros saliera despedido y se deslizara sobre el duro cemento de la plaza consistorial. Ya en el apartado de medallas y con distinción de géneros, los ganadores de esta edición fueron en categoría masculina Esportistes del rostoll, mientras que en categoría femenina el entorchado fue para Orellanes.