La fiesta de la Pota del Rei invadió ayer una vez más las calles de Inca. Por quinto año, los inquers recrearon el episodio histórico del año 1230 que narra la victoria de las tropas cristianas comandadas por el rey Jaume I, en la que el monarca catalanoaragonés recuperó así la capital del Raiguer y destronó al caudillo sarraceno Benhabet. La celebración popular contó con una elevada participación en ambos bandos y, además, hubo numerosas colles de jóvenes que animaron la fiesta.

La simulación bélica comenzó a las 19 horas, cuando ambos bandos se congregaron para preparar la batalla. Los cristianos se reunieron en la avenida de Alcúdia, mientras que los sarracenos hicieron lo propio en la plaza de Mallorca. Tras media hora de espera, las tropas comenzaron a desfilar hacia el centro del pueblo para luego llegar hasta a la calle de la Pota del Rei, cuesta arriba por la calle de Sant Bartomeu. De camino, se animaron como músicas tan propias del siglo XIII como Paquito el chocolatero o la melodía de La Pantera Rosa y cánticos como "A por ellos, oe".

Al atardecer, ya en el Serral de les Monges, las tropas del cacique moro y las huestes cristianas del rey en Jaume midieron sus fuerzas ante los ojos de medio millar de vecinos. Comenzó una batalla encarnizada entre ambos bandos. Los caballos que participaron en la batalla le otorgaron un toque de espectacularidad. Tras unos minutos de duelo de espadas, balas de paja y globos de agua, los sarracenos cayeron derrotados. Mostraron su debilidad muy pronto –quien sabe si la coincidencia con el Ramadán les afectó sus fuerzas– y pidieron clemencia a las tropas cristianas.

Como no podía ser de otra forma, el Rei en Jaume se llevó la victoria de nuevo en una de sus batallas para arrebatar Mallorca de las manos musulmanas.

Las autoridades locales no faltaron a la cita, algo más descafeinada que en anteriores ediciones y con menos combatientes. El alcalde Rafel Torres y varios regidores se dejaron ver de paisano y no participaron en la fiesta. El edil del PP David Devis sí que repitió la experiencia un año más desde el bando cristiano.

Despojados de sus armas, el capitán moro y el caudillo Benahabet regresaron hacia el centro de la ciudad cristiana, vigilados por las tropas vencedoras, que recibieron el cariño de los vecinos. De nuevo en la plaza de Espanya, llegó el turno del fin de fiesta tras dos horas de celebración.

El consistorio preparó una demostración de baile (ball de bot para los cristianos y danza oriental para los moros) y entregó los premios a las diferentes colles que participaron en la fiesta.

Desde el balcón de la casa consistorial y tras repartirse tortazos, Benhabet y Jaume I simbolizaron la unión entre ambas culturas levantando sus estandartes. Para rematar la jornada, hubo un flash forward a los tiempos modernos: una fiesta de la espuma amenizada con la música de la pinchadiscos Sor María Patatilla.