­El silencio sepulcral y la tranquilidad que se respira en el monasterio de Santa Maria de l´Olivar pronto tendrán una huella más profunda. Será en el momento en que las religiosas que viven en este recinto espiritual hagan las maletas para marcharse definitivamente de este lugar.

Las canónigas regulares lateralenses de San Agustín, también conocidas como las agustinas, han decidido poner punto y final a 33 años de permanencia continuada en el monasterio de sa Capelleta porque las circunstancias así lo obligan.

La falta de vocaciones y la edad avanzada de dos de las monjas que habitan el pequeño convento aconsejan su traslado a la casa que la congregación tiene en Palma, un hecho que ha sido confirmado de forma extraoficial por el Obispado de Mallorca aunque la fecha de la marcha aún no ha sido precisada.

Las monjas de sa Capelleta –como se las conoce popularmente en Sóller– se establecieron en el pequeño monasterio cuando corría el 1979, fundando la actual comunidad el 20 de abril de 1980.

Durante todos estos años, las religiosas se han hecho cargo del sostenimiento del santuario y de la hospedería que acoge a los peregrinos y grupos que van a disfrutar de la tranquilidad y la naturaleza que ofrece el paraje de sa Capelleta.

Durante años, las mismas monjas trabajaron en la elaboración de pequeños tapones para los oídos, en una labor conjunta que realizaban con la casa que tienen en Palma.

Un gran santuario

La historia del monasterio de Santa Maria de l´Olivar, dedicado a la Inmaculada Concepción, está ligada al cura Pedro Lucas Ripoll (de la familia de Can Gordo) que quiso proyectar un gran santuario en Sóller. La iniciativa arrancó en abril de 1943 cuando se colocó la primera piedra.

La obra acabó el 7 de mayo del año siguiente. En la pequeña capilla, el promotor colocó una imagen de la Inmaculada procedente de su sala de culto particular; de ahí que el templo se dedicó a la veneración de la Virgen.

La construcción del gran monasterio quedó a medio hacer teniendo en cuenta que el actual jardín que da acceso a las dependencias religiosas había de ser una gran iglesia. La falta de dinero imposibilitó continuar la obra faraónica que se había previsto.

El cura Pedro Lucas Ripoll cedió al Obispado las fincas de s´Illeta y Bàlitx d´Avall –de las que era propietario– con el objetivo de que los beneficios de las tierras sirvieran para el sostenimiento del monasterio. Al final, los ingresos que dieron las parcelas no fueron tantos y el Obispado acabó por vender las dos posesiones.

El dinero de la venta se destinó a conservar sa Capelleta, un monasterio que nunca llegó a acoger entre sus paredes a los ermitaños que su promotor siempre deseó. Ni siquiera los anacoretas de Sant Pau y Sant Antoni se llegaron a instalar a pesar de los contactos que mantuvo el cura de Can Gordo con ellos. Ello hizo que durante muchos años sa Capelleta estuviera sin inquilinos.

No fue hasta el año 1971 cuando la hospedería acogió a sus primeros residentes permanentes: fue el cura Ignacio Montojo y dos estudiantes más. La convivencia duró poco y en breve abandonaron su aventura de dar vida contemplativa a sa Capelleta, una vida que no se recuperó hasta el año 1979 cuando finalmente las monjas se instalaron. Las primeras moradoras del santuario fueron sor María, sor Francisca, sor Catalina y sor Antonia, que finalmente dieron cumplimiento a la voluntad del promotor del santuario.

Cuando se cumplen 33 años de la llegada de las primeras monjas actualmente viven allí sor María, sor Juana y sor María Luisa, que en breve se convertirán en las últimas moradoras de sa Capelleta antes de que el pequeño santuario entre nuevamente en un periodo de silencio y recogimiento. La falta de vocaciones ha obligado a tomar una determinación con la que se pone punto y final a la vida espiritual de un santuario que fue concebido como centro de peregrinación.