Alabado por unos por su atractivo turístico, su encanto y su valor histórico. Defenestrado por otros porque a día de hoy no es un medio de transporte práctico y las tarifas son prohibitivas. En cualquier caso, el ferrocarril de Sóller ya no es lo que era. A mejor o a peor, pero el hecho es que ha cambiado. En abril, dentro de un mes, habrán pasado cien años desde que la línea Palma-Sóller realizara su viaje inaugural.

Era el medio de transporte ideal para agilizar las comunicaciones entre la vall, que siempre pareció más ligada a la Ciudad Condal por vía marítima que a la Ciutat de Mallorca. En poco más de una hora, los sollerics de principios de siglo se plantaban en la capital para ocuparse de sus menesteres.

Pero además del transporte de pasajeros y mercancías, el tren de Sóller desarrolló otra función sumamente útil para mantener unido el corazón de la Tramuntana con el resto del mundo: el traslado de la correspondencia. Es la historia postal de una máquina que ya solo conserva su valor turístico.

Desde el primer día en que la línea ferroviaria regular de Palma a Sóller entró en funcionamiento, los vagones de carga sustituyeron a los desfasados carruajes postales. Las sacas con las cartas viajaban mucho más ligeras sin ser conducidas por los caballos. El tiempo de las comunicaciones se acortaba de forma notable.

Las mejoras continuaron apareciendo. En julio de 1912 la empresa nacional de Correos y Telégrafos instaló buzones en algunos convoyes para que los ciudadanos pudieran aprovechar los viajes que realizaba el barco de vapor con destino a Barcelona.

Así lo recuerda Andreu Carles López, responsable del Gabinete Postal, Filatélico y de la Comunicación de Balears, que ha documentado con detalle los datos y las fechas de la implantación del servicio postal del tren de Sóller.

Entonces había buzones en todos los lugares del pueblo: en la oficina de Correos, en la fachada de la casa consistorial, en los tranvías del Port y, como no, los del propio ferrocarril.

Pero el paso más importante tuvo lugar en mayo de 1915, cuando se aprobó la creación de una estafeta ambulante. Según Andreu Carles López, entró en funcionamiento entre finales de ese año y principios de 1916.

Desde entonces, el vagón de cola del tren de Sóller se dedicó en exclusiva a cartas, postales y paquetes. Además de almacenar las misivas de la vall, el ambulante –así se llama el funcionario de Correos que trabajaba en el vagón– también dejaba y recogía la correspondencia en las diferentes estación de la línea. A bordo de su convoy, tenía sacas, casilleros y matasellos para distribuir la mensajería, de forma que, tan pronto como llegaba a Palma, todo el correo se iba directo a los camiones de la administración principal.

Su trabajo fue crucial para acortar los plazos de envío hasta el punto de que una carta que partiera de la vall un lunes por la mañana llegaba a Maó o a Madrid al día siguiente por la tarde.

El recorrido más veloz

Por ejemplo: a las 9 de la mañana dejaban una carta en el buzón del tren, pasadas las 10 esa misiva ya estaba en Palma y, hacia las 11, ya ocupaba su lugar en la administración central de Correos y Telégrafos de Ciutat. A media tarde esas sacas partían hacia Alcúdia y llegaban a la noche, con suficiente antelación para embarcarse en el vapor que unía el norte de la isla con Ciutadella de Menorca en unas cuatro o cinco horas.

Tan pronto como llegaban a la isla vecina, partían a Maó sin parar en Ciutadella, porque el correo estaba clasificado en sacas distintas. Por la tarde su destinatario ya podía tener la carta procedente de Sóller en sus manos. Rápido e impecable.

La eficiencia del servicio de Correos –incomparable con la de ahora, ya que algunas misivas tardan en llegar más de lo que lo hacían hace un centenar de años– queda demostrada en los matasellos de la correspondencia de la época (un ejemplo es la imagen número ocho que ilustra este reportaje).

"El matasellos octogonal era exclusivo de las oficinas ambulantes ferroviarias", explica Joan Centenero, aficionado a la filatelia y dueño de numerosas postales relacionadas con Sóller y su tren.

Otra diferencia de las ambulancias de correos es que sus funcionarios vestían diferente al resto de carteros. Mientras que la mayoría de trabajadores de la empresa nacional iban de gris, "los ambulantes portaban un uniforme marrón de chaqueta y pantalón largo –sin gorra– con un diseño más moderno que el de sus compañeros", explica López.

El historiador y filatélico también cuenta que el servicio ambulante durante los primeros años se prestó en los vagones de carga, "hasta que en 1931 se adquirieron tres furgones específicos" para esa función.

El tren de Sóller trasladó el correo de la zona hasta el 2 de octubre de 1991, un año antes de que Correos suprimiera el servicio ambulante en toda España.

Una anécdota que narra Andreu Carles López es que, tan arraigada estaba la costumbre de echar las cartas directamente dentro del vagón de cola del tren de Sóller que, cuando ya se había cancelado el servicio, algunos despistados seguían tirando las cartas allí dentro. "Luego los trabajadores del tren las tiraban a un buzón en Palma, no se iban a la basura", bromea López. Pero para subsanar tal engorro, taparon los tres buzones para que quedaran inutilizables.

Los vagones de correo siguieron formando parte del ferrocarril de Sóller hasta 2001. Durante diez años, aunque circulasen vacíos, ayudaban a que la locomotora frenase mejor y no se desestabilizase. Entonces pasaron a mejor vida. Una de esas tres piezas se conserva delante de la estación terminal de Sóller y es utilizada como oficina de información turística. Un bello recuerdo de la historia postal de un tren centenario.