Su primer apellido, ese con el que todos le conocen, suena como un apodo aunque no lo es. Su rostro es risueño y ante la vida tiene una actitud resuelta y desenfadada. Toni El Niño, patrón y pescador, resta hoy en dique seco desde que se jubiló hace ya siete años. Hecho a la soledad del puente y al trajín de cubierta, este curtido marinero tiene hoy su hogar en una residencia para mayores de Alcúdia. Los recuerdos navegan ágiles por su memoria mientras él salpica de detalles sus asombrosas experiencias..

—¿Recuerda por qué se hizo marinero?

—No me gustaban ni el trabajo como albañil ni como payés, y en tierra por lo general se ganaba poco. Así que me lancé al mar y del mar siempre he vivido. No me he hecho rico pero he podido vivir bien.

—¿Se embarcó muy Joven?

—Con 14 años. Me acuerdo perfectamente. En aquella época a los marineros cuando les tocaba hacer el servicio militar tenían que hacerlo en la Armada y por dos años y eso no me apetecía nada, así que llegué a un acuerdo con el patrón y trabajé sin estar asegurado durante cinco años hasta que hice la mili, me saqué la cartilla y hasta el día de hoy.

—¿Con qué barcos ha navegado?

—Uf, con muchos. Comencé con la barca na Paquita y más adelante con otra llamada na Nati, las dos eran barcas de arrastre de Alcúdia. También he navegado con la Leonor, la Capdepera, Rafel e Irene y Toni Mollet. La mayoría han sido siempre de arrastre.

—¿Por qué las barcas llevan casi siempre nombre de mujer?

—Bueno no lo sé exactamente aunque es verdad que la mayoría de barcas tienen nombre femenino, al menos aquí en Alcúdia principalmente. O eso o se pone el nombre de la familia que ha hecho la barca, como recuerdo a algún familiar.

—¿A qué pesca se ha dedicado principalmente?

—He pescado langosta pero lo mío es la barca de arrastre. Se ganaba más dinero con las barcas grandes que con las pequeñas, y eso es así por que se pierden menos días por el mal tiempo. Las barcas de arrastre aguantan mejor si hay algo de viento, pierden menos jornales. Con la langostera también ganaba dinero pero los gastos también eran muchos. También he estado embarcado en los mercantes que llevaban cemento de Mallorca a Argelia. Muchas veces no había cemento en el Puerto de Alcúdia y lo cargábamos en Sant Carles de la Ràpita.

—¿Ha vivido situaciones tensas a bordo?

—Una vez estábamos en Africa, trajinábamos cemento desde la península y justo en ese viaje se lió la Marcha Verde. Tuvimos que estar un mes sin poder pisar tierra porque las autoridades no nos dejaban. Fue un mes muy, muy largo. Hasta que se tranquilizaron las cosas y nos dieron permiso para atracar y descargar. Desembarcamos como locos para salir a divertirnos a tope.

—¿Se ha visto alguna vez en verdadero riesgo?

—Ya lo creo. Una vez pescábamos con el Cala Agulla y en medio de un temporal se rompió una braga del bou y el hierro me golpeó con fuerza la cabeza. Caí en cubierta; mis compañeros me daban por muerto pero tuve suerte y salvé la vida. Llevo una placa metálica en el cráneo a consecuencia de aquello.

—¿Qué me cuenta de los delfines? ¿Son tan extraordinarios como dicen?

—Yo he tenido ocasión de ver algo que se da muy pocas veces. He asistido a un funeral de delfines que creo que muy poca gente ha visto. Estábamos pescando por Menorca con el barco Rafael Irene; la tripulación dormía y yo estaba en el puente, cuando de repente aparecieron decenas y decenas de delfines saltando junto a la barca, poniéndose en la proa y muy agitados. Cuando vi aquello me dije que ya nos había tocado, los delfines muchas veces mordisquean el bou para comerse el pescado. Así que los levanté a todos para izar el arte de arrastre. Entre tanto los delfines seguían como locos escoltando la barca. Cuando vaciamos el bou encontramos un bebé delfín muerto que enseguida devolvimos al mar y entonces toda la manada desapareció y se hizo el silencio. Fue impresionante, para filmarlo.