Era 1779 cuando Miquel Parets llegó a un municipio desconocido para él, Calvià, para ejercer de médico. Las autoridades le habían contratado, porque, como él mismo explicó después, los vecinos de esta "villa tenían poca asistencia y consuelo con sus enfermedades y, mayormente, los pobres, por tener poco caudal".

Todo un universo nuevo se presentó ante sus ojos, y él se dedicó a analizarlo. Anduvo por el municipio. Observó. Habló con los vecinos. Y radiografió el término, como si fuese un cuerpo humano, dejando conclusiones como ésta: "Todos o casi todos sus vecinos son gente pobre, que vive del trabajo de sus manos".

El médico diseccionó, a través de la literatura, el carácter de estos calvianers de hace más de dos siglos, sin obviar otros detalles más anecdóticos de su vida doméstica que no tienen desperdicio: "Sus camas y sábanas [son] groseras, pero limpias. Son dóciles, corteses, aseados, de ingenio vivo, enjutos de carne, sanguíneos, biliosos, fuertes y nada perezosos".

El curioso testimonio de Parets se encuentra en su libro Descripción topográfica de la villa de Calvià (edición de Jaume Bover). Él fue uno de los viajeros del pasado en Calvià, uno de los primeros profesionales liberales o eruditos o diplomáticos o viajeros extranjeros que llegaron al municipio y no perdieron la oportunidad de dejar constancia escrita de sus impresiones.

Ahora, un libro de reciente aparición, Viatge històric per Calvià (Premio Rei en Jaume de Investigación 2010), los vuelve a sacar a la luz. El autor de la obra, el historiador calvianer Xavier Terrasa, dedica un capítulo entero a estos personajes, todo unos pioneros del turismo que poco tienen que ver con el prototipo actual de turista rubio de todo incluido, en bañador y chancletas, con la colchoneta bajo el brazo, con muchas ganas de diversión y de playa. Los viajeros del pasado prestaban especial atención en la riqueza natural y patrimonial de Calvià. Su visión analítica alcanzaba incluso aspectos como la alimentación de los vecinos del municipio. Así, el doctor Parets detalló que su comida habitual consistía en legumbre y sopa, con pan de trigo. Cuando escaseaba la cebada, bebían "agua pura". Una dieta que se trastocaba los días de fiesta. Entonces les tocaba carne y vino. Bebida, eso sí, que tomaban con "moderación", como detalló el médico. En aquel entonces, entre finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve, los principales núcleos de población eran los de Calvià vila y es Capdellà, aunque algunos de sus habitantes trabajaban como roters en possessions costeras donde las condiciones no eran muy buenas.

"Los míseros se quedan en verano al sereno [...]. Padecen calores intolerables, sudan, se enjugan la ropa encima de ellos, y respiran un aire [que] se ve infecto y [es] de mala calidad", escribe Parets. La consecuencia: las fiebres "ardientes, pútridas y malignas" se cebaban sin remisión con ellos.

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