La relación de Paco Lluch con Mallorca empezó con un bautizo. En 1973, llegó a la isla procedente de la Comunidad Valenciana para asistir a la celebración y en ese acto uno de los invitados le invitó a presenciar una intervención quirúrgica. De ahí, surgieron una oferta laboral y los primeros pasos profesionales en Son Dureta, hasta que un 24 de junio de 1983 empezó a trabajar en Calvià vila y es Capdellà. Y aquí estuvo hasta el 25 de septiembre de este año, día en que se jubiló.

–Hábleme en confianza, ¿son buenos pacientes los calvianers? ¿Son especialmente quejicas o, por el contrario, aguantan con estoicismo lo que les echen?

–Hay de todo. Como en todas partes. Hay algunos que a la mínima ya pegan unos gritos que asustan a los pacientes que están al lado. Pero, en general, se portan muy bien.

–O sea, que no se ha encontrado usted la figura del típico paciente de edad avanzada y un poco pesado que va el centro de salud como quien visita el colmado o el quiosco.

–Hay un chiste al respecto. Se encuentran dos personas mayores en una sala de espera de un centro de salud. Y uno le pregunta al otro por un amigo en común: "¿Cómo es que no ha venido hoy?". "Es que hoy está enfermo", le responde. Pero bueno, yo, personalmente, prefiero al que es muy pesado y viene por nada que a otro que viene cuando ya se le ha complicado su dolencia. Como un diabético al que yo le había avisado de que, cuando notase algo en el pie, por mínimo que fuera, me viniese a ver. Y el hombre tuvo una lesión en el pie y no me vino ver ¡hasta dos o tres semanas después! Se lo comenté: "Hombre, te dije que vinieras enseguida".

–Siempre se ha dicho que las figuras del médico, el policía o el profesor son reverenciadas en los pueblos. ¿Usted notó este respeto?

–Tienen mucho respeto, aunque también me costó entablar un contacto próximo con la gente. A mí me sorprendía que al principio me llamasen ´Don Paco´. Incluso ahora había pacientes mayores que me seguían llamando así.

–¿Superó las cautelas del principio?

–Me valoraban y se fiaban mucho. Entre ellos se solían decir, medio en broma: "Paco te hará daño, pero te curará". Al final acabas estableciendo relaciones muy estrechas, muy próximas. A mí me han llegado a venir con el informe del hospital y me han preguntado: "¿Lo hacemos como dice aquí o no?". Y, claro, a mí me ponían un poco en un compromiso, porque hacían que asumiese una responsabilidad mayor de la que me toca.

–Por lo que dice, usted ha ejercido muchas veces como una especie de consejero, ¿no?

–Es que una buena parte de nuestro trabajo reside en la educación sanitaria. Y ésta puede ser reglada, en forma de conferencias o charlas, o bien en el trabajo diario, con cada entrevista personal, intentando orientar al paciente.

–¿Se acuerda con especial cariño de alguna relación con un paciente?

–Me acuerdo por ejemplo de una paciente a quien hacía curas diariamente porque tenía una úlcera a presión. Llegué a establecer una relación de amistad con ella y sus hijos. Incluso, durante mis vacaciones, me encargaba de explicarle a mi sustituto cómo lo debía hacer. Con algunos pacientes sí que mantengo una amistad fuera del ámbito enfermero-paciente.

–¿Se nota mucho la presión asistencial en Calvià vila y es Capdellà?

–Aquí pasa lo que pasa en cualquier otro sitio. Hay que tener en cuenta que vive mucha gente mayor. Muchos tienen problemas para desplazarse hasta el centro de salud, porque el transporte público no funciona muy bien y en algunos casos es gente que no tiene familiares. Por eso yo me desplazaba mucho en coche a atenderlos.

–¿Cuáles son las patologías más frecuentes que ha atendido durante estos 28 años en el municipio?

–Al principio de mi experiencia, me encontré con que eran muy frecuentes las úlceras por presión. Las sufrían sobre todo pacientes, sobre todo mayores, que estaban inmovilizados durante mucho tiempo en la cama. Me costó enseñarles que eso era negativo. Y, al cabo de dos o tres años, ya no llegaban tantos casos de este tipo. También llegaban muchos casos de diabetes de tipo dos, porque hay un gran porcentaje de gente mayor en Calvià vila.

–En todo este tiempo, habrá vivido situaciones de todo tipo, ¿recuerda algún caso especialmente fuera de lo común?

–Hace poco, vino una chica a la que habían arrancado con una mordedura la punta del dedo. Se ve que su novio estaba discutiendo con alguien, ella salió en su defensa y le pegaron el mordisco.

–¿Y casos emotivos?

–Claro que los hay, porque existe un contacto muy directo. Uno trabaja para curar o mejorar la calidad de vida y, cuando fallecen, te lo tomas como un golpe duro. Sucede a veces que te encuentras a un paciente sin posibilidad de calidad de vida, con demencia, por ejemplo, y entonces te das cuenta de que le estás prolongando la vida, pero no para vivir mejor, sino para sobrevivir.

–Si tuviese que enviar un mensaje a las centenares de personas que ha atendido durante las últimas tres décadas, ¿cuál sería?

–Dar las gracias. He sido muy feliz trabajando en Calvià. Cuando llegaba el viernes, pensaba: "¡Qué bien!, el fin de semana me voy a pescar", pero cuando llegaba el domingo también pensaba: "¡Qué bien! Mañana vuelvo a trabajar". Aquí me han hecho la vida muy agradable. También les pediría que tengan paciencia con mi sucesor, como la tuvieron conmigo durante mi primer año. Será distinto, aunque seguro que en muchas cosas me aventajará.

–¿Y el futuro cómo se le presenta?

–Junto a un compañero estamos montando un curso de cirugía menor. Yo fui el primero que la hizo en Mallorca en un centro de atención primaria. Estamos buscando la colaboración de la UIB y del Colegio de Enfermeros.