Elena Davis tiene la autoridad suficiente para diseccionar el carácter mallorquín. Lleva 52 años en la isla y en este periodo le ha dado tiempo de sorprenderse de cosas como la tranquilidad con que la gente se toma su vida –"Aquí el reloj no significaba nada", apunta–, y también de indignarse con otras ´peculiaridades´. "No me gusta en absoluto la forma de conducir de la gente", dice.

­–¿Cuántos años lleva aquí en la isla?

–Ya son 52 años. La primera vez vine en 1955 de vacaciones por recomendación de unas amigas y al cabo de dos años repetí. En 1959 me tomé un descanso de cuatro meses y me vine a Mallorca y desde entonces vivo aquí. Y por nada regresaría a Nueva York para vivir.

–¿A qué se dedicaba en Nueva York?

–Trabajé de relaciones públicas en la Fundación Nacional contra la Poliomelitis. Era una entidad sin ánimo de lucro, como las entidades en las que siempre he trabajado aquí.

–¿Por qué decidió usted elegir la isla?

–Mi madre tuvo unos amigos que en los años veinte vinieron de vacaciones. Imagínate qué comodidades habría por aquellos tiempos como para venirse aquí de vacaciones y quedarse enamorado de la isla. Con eso y las recomendaciones de unos amigos me vine a pasar unas vacaciones y me gustó.

–¿Y qué le gustó como para renunciar a todo y quedarse definitivamente aquí?

–La vida era muy diferente a la de Estados Unidos. Apenas había coches, agua corriente y agua caliente. Recuerdo que un amigo tenía uno que funcionaba a base de cáscaras de almendra. Y lo que realmente me gustó fue la sencillez de la vida. Yo venía del centro de Nueva York y la vida allí era muy complicada. Aquí respiré aire fresco, conocí a gente muy amable y muy servicial.

–¿Cambiaría ahora otra vez de vida?

–Para nada. Esto es mi hogar, la gente me gusta y de aquí no me iré. De hecho, escribí el libro ´Brujas, naranjas y honderos´, que explica cómo era la vida aquí en las décadas de los cincuenta y sesenta.

–¿A qué ha dedicado su vida en Mallorca?

–Pues lo primero que hice fue estudiar español, porque quería viajar a la península. Después durante muchos años di clases particulares de inglés, porque había mucho interés en este idioma debido a que empezaban a venir los turistas.

–¿Qué le gusta de la isla?

–Hay tantas cosas que no sabría decir. La gente de aquí es muy amable y ponen mucho interés con los extranjeros. Recuerdo que siempre era posible pedir ayuda a la gente. Aquí la vida es muy tranquila. Quizás lo que muchos no entendían es que quisiera quedarme aquí cuando precisamente mucha gente quería irse de la isla.

–¿Alguna peculiaridad que tengamos los de aquí?

–La gente no sabe decir no y uno tiene que acostumbrarse a ello. Por ejemplo, aquí el reloj no significaba nada y quedabas con alguien y después no se presentaba, porque la hora no tenía importancia.

–¿Qué le gusta de Sóller?

–La gente, sin duda. Me gusta cómo me saluda la gente por la calle, algo impensable en Nueva York, porque allí nadie conoce a nadie. Aquí, además, la gente es de por sí muy honrada.

–¿Y qué detesta de la gente de aquí?

–No me gusta en absoluto la forma en la que conducen algunas personas que no respetan las señales ni las limitaciones. Yo todavía conduzco y semanalmente voy a Palma y me gusta ser respetuosa con los demás.

–¿Sóller o Fornalutx?

–Sería muy difícil de decir porque tengo muchos amigos en cada pueblo. En Fornalutx, viví 35 años aunque primero opté por vivir en Sóller, donde desde hace unos años vuelvo a residir. Fornalutx no es como antes, porque hay demasiada construcción. Pero la vida es así. Me sentido he bien en Sóller y en Fornalutx. Ahora en Sóller tengo la suerte de vivir en el piso más alto de la ciudad, desde donde veo todas las montañas del valle.

–¿Considera que ha sido afortunada en la vida?

–Me considero una persona con suerte, porque gozo de buena salud, la mente me funciona, tengo muchos amigos, un buen piso y vivo en un pueblo maravilloso. Para nada volvería a vivir en Nueva York.

–¿No se siente sola?

–Nunca. Tengo una vida llena, con muchos amigos y leo muchísimo. El año pasado cumplí los 95 años y me hicieron una fiesta con más de cien invitados.

–¿Por qué una biblioteca con libros en inglés y en un bar?

–Yo no podía vivir sin leer. A principios de los sesenta, no había ni revistas ni libros en inglés y como me gustaba leer pensé en una biblioteca para dar posibilidad a la gente de aquí y a turistas a leer en inglés. El problema es que no tenía donde instalarla y por eso Tòfol Pons, el dueño del bar Turismo, me ofreció un rincón de su local. Empecé con 300 libros y 35 años después la cerré con más de 10.000.

–¿Ha sido feliz aquí?

–Naturalmente que sí. Me siento contenta y creo que soy afortunada porque a mi edad me encuentro bastante bien. Soy una persona muy independiente.

–A los 95 años y todavía conduciendo, ¿no siente miedo?

–No tengo nada de miedo, aunque opino que es necesario conducir con mucho cuidado hoy en día. Hay muchos coches y lo que pasa es que muchos conductores no respetan la señalización.

–¿Se consideraría usted una mujer innovadora, progresista?

–Creo que sí y en muchos aspectos. Excepto quizás en cuestiones de idioma porque me niego a que la gente no respete la gramática. Y también soy algo intolerante con la música moderna cuando suena tan fuerte.

En corto

La experiencia

Usted es una superviviente del tsunami que arrasó Sri Lanka, ¿pasó miedo?

Recuerdo que aquel día estábamos en el comedor del hotel y alguien gritó "El agua viene", y nosotros no supimos a qué se refería. Al poco, nos dimos cuenta de lo que era... No pasamos miedo, porque no sabíamos lo que estaba pasando hasta que dos días después vimos la magnitud de la tragedia a través de la televisión.

Podría decirse que usted está viva de milagro...

Sí, porque después de subir a una montaña quise bajar de nuevo y mi amiga me lo impidió. Y gracias a ello estoy viva, porque al cabo de cinco minutos regresó una gran ola que lo cubrió todo.