Hace unos días, Monseñor Ladaria hacía cola en la comisaría de la Policía Nacional de Manacor para renovar el DNI. Eran poco más de las ocho de la mañana y la calle bullía en un ir y venir de coches y de personas. De inmediato pensé en la España de hace treinta o cuarenta años y en lo que representaba por aquel entonces el poder eclesiástico.

Que un arzobispo con alto cargo en el Vaticano aguardara allí, como uno más, ilumina dos aspectos: en primer lugar, la progresiva secularización de la sociedad española –y si hacemos caso al teólogo luterano y mártir del nazismo Dietrich Bonhoeffer, ello no tiene por qué ser malo– y, en segundo, que Luis Ladaria no es un hombre de vanidades, lo cual es signo de nobleza y de inteligencia.

Si tuviera que definir a Luis Ladaria diría que es un hombre inteligente, noble y humilde. Quizá debería añadir también que es un hombre bueno, pero no creo que sea necesario. La bondad es el correlato natural de la inteligencia, cuando ésta se asienta en la nobleza y en la humildad. Luis Francisco Ladaria Ferrer nació en Manacor en 1944. Cuenta la historia familiar los Ladaria son de origen italiano, junto al mar Tirreno; aunque, en una ocasión, reflejo de su ironía, el propio Luis Ladaria me confesó que en Italia nunca había conocido a nadie que se apellidara así.

Estudió en el colegio de Montesión, en Palma, y se licenció en Derecho por la Universidad Complutense. En un itinerario habitual para muchos jesuitas, se formó en Teología y Filosofía, primero en Comillas y luego en la Facultad de Sankt Georgen, en Frankfurt; donde fue alumno de Alois Grillmeier, y del brillante Hermann Josef Sieben, máxima autoridad en la historia de los Concilios.

En 1973 es ordenado sacerdote y poco después obtiene en Roma el doctorado, con una tesis sobre el Espíritu Santo en la obra de San Hilario de Poitiers. Profesor de Teología Dogmática en la Universidad Gregoriana de Roma, a principios de los 90 entra a formar parte de la Comisión Teológica Internacional –de la que llegará a ser Secretario General– y es nombrado en 1995 consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En estos años conoce al Cardenal Ratzinger, del cual se convierte en estrecho colaborador. En 2008, Benedicto XVI le nombra Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Dicasterio romano de mayor importancia y Arzobispo titular de Thibica.

El vaticanista norteamericano John L. Allen ha acuñado el concepto "Ortodoxia afirmativa" para definir el sello de gobierno de Benedicto XVI, basado en la depuración interna y en promover una visión positiva y amable del magisterio católico. El propio Allen señaló que "difícilmente sea posible encontrar a ningún otro teólogo más cercano a esa idea que el Padre Ladaria".

Al igual que Benedicto XVI, Ladaria es un pensador cercano a la escuela del ressourcement, un movimiento que busca el retorno a las fuentes esenciales de la Iglesia. En este sentido, su teología se sitúa en el centro del espectro católico, alejado por igual de las derivas marxistas y relativistas como de la neoescolástica más conservadora. Los principales retos del catolicismo actual –de la bioética a la pederastia– pasan por la poderosa congregación romana, en cuya cúspide se encuentra este jesuita mallorquín, fino y prudente, capaz de dialogar con todos para intentar llegar a acuerdos con todos. Un jesuita fiel y un hombre de la Iglesia.