"Pollencins, aixecau-vos, que els pirates ja són aquí!", clama con pasión cada año en Pollença el líder cristiano Joan Mas. Es el grito que desencadena la batalla. Y el inicio del bullicio. El pueblo acoge a miles de personas en busca de evasión. De fiesta. Unos buscan el contacto con una tradición ancestral, otros prefieren el momento de recogimiento que garantiza la Alborada, y no son pocos quienes se entregan al desenfreno del botellón. Una práctica cuya generalización en los últimos años ha estado a punto de desnaturalizar el sentido de la celebración.

No constituye un episodio aislado en el mapa festivo de la Part Forana de Mallorca, donde existen otros casos de celebraciones populares en que el consumo de alcohol socializado en la vía pública ha ido cobrando peso hasta erigirse en el protagonista del festejo, con todo lo que ello conlleva: desórdenes cívicos, suciedad, masificación y pérdida de los referentes históricos que un día dieron sentido a esas celebraciones.

"La fiesta tradicional se estaba convirtiendo en un gran botellón", explica el alcalde de Pollença, Joan Cerdà (UM), cuyo equipo de gobierno apostó por dar un cambio de rumbo en las última edición de las fiestas para impedir su desnaturalización. "Decidimos tomar medidas para redirigir la situación. Primero, no les dejamos hacer botellón con envases de vidrio. Por eso, colocamos policías locales que vigilaban y que requisaban las botellas que encontraban", refiere. "También perseguimos la venta ambulante de alcohol e impedimos que los coches de fuera entrasen en el pueblo. Muchos de los que venían llegaban en grupo en un vehículo. En el maletero transportaban las bebidas alcohólicas. Aparcaban, ponían la música en el coche y ya tenían una fiesta montada", detalla Cerdà, quien asegura que las medidas tuvieron su efecto. "Se produjeron episodios de botellón, pero fueron lights comparados con otros años", dice. Al margen de que las administraciones puedan adoptar medidas puntuales de vigilancia y control, existe un problema de fondo hasta ahora irresoluble en buena parte de la geografía española: la extensión de esta práctica como forma de ocio nocturna incompatible con el descanso vecinal y los conceptos cívicos.

"Se trata de una moda que será difícil que desaparezca. Es un fenómeno que está al alza", afirma el experto en cultura popular y colaborador de DIARIO de MALLORCA, Felip Munar i Munar. Él detalla que, para muchos jóvenes de hoy en día, el acudir a las fiestas tradicionales se ha convertido en una "excusa para divertirse al margen de cualquier tipo de institucionalización o sacralización". "Acuden a la celebración como si fueran a una discoteca, sin tener en cuenta los aspectos vivenciales o religiosos de la fiesta", apunta Munar i Munar. Respecto al futuro que le espera a la idiosincrasia de las fiestas, no se muestra especialmente optimista. "Irán perdiendo el sentido que tenían. Sólo quedarán algunas tal y como las conocemos ahora", explica.

El auge del botellón se ha evidenciado de forma intensa en las fiestas revival, denominación que engloba las verbenas de toda la vida, a las que ahora se da una pátina hippy o ye ye. El Studio 54 fue durante siete años el máximo exponente de esta tendencia. "Con el tiempo, se fue desfasando. El último año, vinieron más de 20.000 personas. La fiesta se convirtió en una macrodiscoteca en medio de la plaza, acompañada de botellón. Y el pueblo ya no lo podía asumir. Dejaba suciedad. Botellas vacías, desperdicios, papeles, restos de comida, orina. Incluso restos de alguno que había defecado", explica el portavoz municipal del PSM en sa Pobla, Sebastià Gallardo. Su partido, ahora en la oposición, se significó –no sin conflictos internos– en la lucha en pro de la desaparición del evento. El equipo de gobierno, finalmente, decidió suprimir este año el Studio 54, y sustituirlo por una verbena de las de toda la vida.

En Alaró también conocen a la perfección los efectos del botellón incrustado en una evento festivo. En este caso, el Alaró ye ye, heredero de la conocida Flower Power. Este año hubo menos asistencia que en anteriores, pero se dio una nota especialmente negativa: el exceso de alcohol causó una decena de comas etílicos. Por no hablar de las quejas de vecinos que criticaban el día después de la ´batalla´. "¿A quién favorece esta fiesta si se basa en el consumo de alcohol y en generar suciedad?", se preguntaba una vecina. En Alcúdia, tienen otra variante de festejo multitudinario regado de alcohol. Desde hace años, jóvenes de todo Mallorca acuden a celebrar el fin de curso con un macrobotellón. Un fenómeno que, desde el Ayuntamiento, se ve "con preocupación", como asegura el alcalde Miquel Llompart. En cualquier caso, relativizó las consecuencias, gracias a que este año, dice, se dobló la presencia policial.