En la tierra siempre abonada para el crecimiento rápido y muchas veces transgénico del cemento y el asfalto, los elementos vegetales son siempre los parientes pobres y por tanto más desprotegidos, por no decir abandonados, de la familia. Por eso llama la atención la escena y las reacciones que se están viviendo en Binissalem. La descoordinación ha propiciado la tala rápida del pinar de Biniagual que sólo la reacción cautelar del alcalde Jeroni Salom ha contrarrestado.

El pinar de Biniagual estaba concebido, es decir, plantado, con fines de producción de madera. Crecidos los árboles y con troncos de robustez solvente, se han tramitado y obtenido los correspondientes permisos de tala ante la conselleria de Medio Ambiente. Todo legal en aparencia porque hay una salvedad importante ante esta condena efectiva para 1.280 pinos de Biniagual. Nadie de la administración autonómica ha tenido en cuenta que el ayuntamiento de Binissalem protegió en 2008 el pinar y que, antes de acabar de afilar la sierra, convenía tener en cuenta todos los vértices y condicionantes del asunto. Los pequeños centralismos pueden resultar tan nocivos como las macrocefalias. Era tan sencillo como consultar la lista de bienes protegidos en la casa consistorial de Binissalem pero, por lo visto, nadie, ni siquiera la conselleria de Medio Ambiente tiene en mente la premisa de que lo verde también puede tener valor patrimonial. Expidió la licencia de tala y la remitió quedándose tan acomodada sobre una firma burocrática. Menos mal que los reflejos del alcalde han tenido efecto cautelar. Mientras se aclara si pesa más la explotación de madera o la protección patrimonial, ha decretado la paralización de la tala. Sabia decisión porque claro, después, la savia no se puede reimplantar con cola de pegar y lo talado, incluso en términos administrativos, talado queda. Llucmajor.