Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónica de antaño

La defensa de la ciudad y reino de Mallorca en el siglo XV

La situación geográfica de la isla de Mallorca la ha convertido en una base en la que ha pivotado el intercambio comercial del Mediterráneo occidental. Pero, al mismo tiempo, esa misma privilegiada situación estratégica la ha obligado a participar de los acontecimientos fundamentales de la historia acaecida en la cuenca mediterránea. Ya sucedió en la Prehistoria, en la Edad Antigua, en la Edad Media y de todas las demás edades. Esta realidad aportó a lo largo de la historia grandes beneficios a la isla, pero también la mantuvo constantemente en vilo, ojo avizor, sin poder dejar de otear el ancho horizonte del mar, en constante vela de armas, pues las sombras de la guerra se cernieron incesamente sobre el Reino.

En este sentido, el siglo XV, y concretamente el reinado de Alfonso V, el Magnánimo (1416-1458), no fue una excepción. Antes al contrario, durante aquellos años se vivió en la ciudad, y por extensión en toda la isla, en alarma permanente, debido principalmente a la "guerra fría" entablada con los enemigos y rivales tradicionales de los mallorquines: los genoveses. En palabras del historiador Álvaro Santamaría, en el siglo XV, ese enfrentamiento con los italianos se había convertido en una obsesión: tanto por ser un peligro en el mar; como por ser los principales competidores en los mercados, especialmente en los de Berbería en donde los insulares mantenían una intensa actividad comercial.

Por lo tanto, aquellos años la defensa de la isla se organizó pensando en ellos. En teoría, la principal fuerza militar que poseía el Reino era la caballería pesada, el arma más poderosa en campo abierto. Esa caballería estaba constituída por lo que se conocía como los caballos armados. Ese ejército de caballeros había surgido como medida de autodefensa del nuevo reino, tras la conquista de 1229. Cuando en 1230 se dividió la isla en porciones (el Repartiment), algunas de las tierras se cedieron a los colonos con la obligación de mantener permanentemente, en defensa de la isla, uno o varios caballos armados según la extensión de las tierras recibidas. Según Santamaría, la dotación fue completa en 1332, momento en el que se llegó a contar con ciento cincuenta de ellos. Pero en general el número de caballos armados normalmente no excedió del centenar. La obligación de mantener los caballos en perfecto estado de revista durante cualquier día del año fue incumplida reiteradamente. La Universidad de la Ciudad y Reino hizo muchos esfuerzos para que se acatase esta obligación, pero al parecer todo fue en balde. La fiesta del Estandarte era el día elegido para la revista " de la mostra", en la que los caballos armados debían presentarse revestidos con sus armaduras, cotas de malla, yelmos, escudos y gualdrapas. Pero en realidad los caballeros, en lugar de presentarse con corceles de batalla lo hacían con "jacos que se morían de puro viejos o con los huesos fatigados de labrar". Y lo mismo pasaba con el armamento que por lo general presentaba un estado deplorable y totalmente inútil como instrumento de guerra.

Es cierto que desde la conquista de 1229, con la excepción de algunos cortos episodios de guerra con el rey de Aragón, la inacción, la falta de experiencia en el combate e incluso la falta de instrucción? en definitiva, el no haber luchado de veras debió provocar que el espíritu guerrero de los caballeros se fuese esfumando. Es decir, la única función de los caballos armados durante muchísimos años fue montar guardia de honor al Estandarte y pasar revista ante el Gobernador Militar. Es un hecho admitido por los historiadores que, en tiempos del Magnánimo, a los caballeros les era más fácil y familiar navegar a bordo de una intrépida galera que galopar sobre un brioso corcel. Es más, la mayoría de los caballeros preferían la mula al caballo, pues le eran mucho más útil en el día a día.

Ante esa realidad, se puede afirmar que el principal dispositivo de defensa de la isla, era el de la movilización de los varones en edad de poder entrar en combate. Esa especie de milicia civil se articulaba a partir de cada uno de los municipios. Por lo tanto, cada villa era autónoma y era encabezada por un capitán, que solía ser un miembro de alguna Casa distinguida de la comarca. Por ejemplo, el 27 de octubre de 1423 se convocó una reunión en el castillo real de la Almudaina con representantes de todo el Reino en la que se nombraron a los capitanes: Pere Albertí, capitán de Santa Margarita; Pere de Font, de Muro; Nicolau Canyelles, de Santa Maria del Camí; Antoni Bestard, de Rubines (Binissalem); Joan Bordils, de Inca; Palou Moragues, de Valldemossa; Jaume Sunyer, de Felanitx; Jaume Bennàssar, de Campanet? Estas milicias municipales se constituían a partir de una célula de diez hombres, " la deena". Las " deenes" a su vez se agrupaban de cinco en cinco, constituyendo así una " cinquantena" y todas las " cinquantenes" quedaban bajo el mando del capitán de la villa. Cada decena y cada cincuantena tenía su propio jefe o capitán. Palma y Alcudia tenían puertos que defender y ambas poseían murallas con las que defenderse, por lo requirieron de otro tipo de organización militar.

En aquella época la mayoría de mallorquines conocían el plan de defensa. Según Santamaría éste consistió en "un sistema de 'de tierra quemada': destruir cuanto no pudiera ser transportado, comenzando por las cosechas. También se debían llevar a cabo las concentraciones en Palma y en Alcudia, o también en los castillos de Pollensa, Santueri, Alaró o Capdepera [...] En último extremo el murallón de la cordillera Norte ofrecía también seguro refugio".

Los avisos de movilización ante un posible ataque del enemigo se daban, por un lado, gracias a las redes de espionaje que los jurados, a través de los mercaderes insulares, establecían en los principales centros mercantiles del Mediterráneo. Todo mercader mallorquín era en potencia un espía. A los jurados les llegaba mucha información de los mercaderes, tanta que solía provocar no pocas confusiones y contradicciones. Por otro lado, los avisos también provenían de las atalayas o torres de vigilancia repartidas por toda la costa del Reino: vigías durante el día y escuchas durante la noche. Entre los meses de abril y noviembre, la vigilancia se intensificaba, pues era la época del año en que el enemigo solía hacer las incursiones.

Cuando el gobernador o los jurados recibían un aviso de amenaza inminente, se convocaba en el castillo de la Almudaina una asamblea de notables, representada por las principales Casas, los oficiales reales, los síndicos de la Part Forana y los jurados y prohombres de la Ciudad. Allí se preparaba el plan de defensa y se nombraba a los capitanes de cada pueblo. Los cargos más importantes eran el de capitán de Alcudia y el de capitán de Portopí, cargos que solían ser ocupados por caballeros del Reino. Por ejemplo, en 1420 los nobles Pelai Unís y Guillem Santjoan fueron nombrados capitanes de Portopí y Alcudia, respectivamente.

La movilización se iniciaba con el grito de "Via fora!" que se transmitía hasta el último rincón de la isla. Los hombres corrían a la casa de su capitán de decena y, una vez agrupados allí, cada capitán de decena dirigía a sus hombres a la casa del capitán de cincuentena. Finalmente, cada capitán de cincuentena conducía a sus hombres al lugar convenido por el capitán de su villa. Los hombres iban armados con lanzas cortas y largas, espadas, ballestas y escudos. Luego los capitanes de las villas dirigían sus tropas a los sitios de concentración: Palma y Alcudia. Pollença, Inca, Muro, Santa Margarita y la Puebla, estaban adscritas a la defensa de Alcudia, mientras que el resto lo estaban a la de Palma, aunque Artá y Santanyí solían disponer la defensa en sus propias villas. De esta manera, en la capital mallorquina se conseguía la concentración de unos mil quinientos hombres armados de la Part Forana.

De esta forma se organizó la defensa terrestre de la ciudad y antiguo reino de Mallorca.

Compartir el artículo

stats