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Palma a Palma

Bordillos de piedra

Bordillos de piedra

Cada vez que paseo por las calles del centro, recuerdo aquella infausta época en que se retiraron las piedras de los bordillos. Como en tantas ocasiones, las protestas fueron en vano. Y los bloques de piedra noble, gastada por los años pero artística y casi partenónica, fueron sustituidos por infames piezas de cemento o por granito.

Afortunadamente, se tomaron más tarde medidas para asegurar que, al menos, muchos de esos bloques fueran reutilizados en obras emblemáticas. Y los encontramos en lugares monumentales, acordes con su carácter.

Pero si una cosa tiene precisamente esos bordillos históricos es que son solemnes sin necesidad de solemnidad. Es muy fácil apreciar el valor de una pieza que forma parte de una iglesia, un castillo, una muralla. Porque el propio conjunto la realza. Le da valor.

Lo difícil es lograr la brillantez y el mérito en algo tan humilde y cotidiano como es el suelo ciudadano. Darle categoría a lo más sencillo.

Los bordillos están tallados por el escultor anónimo del tiempo. Se aprecian sus superficies desgastadas, lustrosas. Sus relieves y oquedades calizas. Y ello no es obra de un solo artista o "picapedrer". Sino del paso de miles y miles de personas. Gente anciana, jóvenes, soldados, mujeres con sus bebés, niños jugando, matrimonios, funcionarios... Todos y cada uno de los habitantes de la ciudad a lo largo de muchas generaciones han modelado ese suave relieve. Ese brillo opaco. Esa superficie ligeramente gastada. Y en cierta manera, han dejado algo de ellos en los bordillos. Sus problemas, sus alegrías, sus dolores.

Los bordillos de la ciudad antigua son la ciudad en sí misma. Contienen su hálito y su historia, sin la pretenciosidad de los edificios oficiales. Sin el egotismo de un artista genial. Colocados en los sitios más castigados por el viento y la lluvia. Por el paso de los carros, de los coches, los autobuses.

Es difícil igualar la belleza de las cosas reales y sencillas.

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