En sa Calatrava existe un vacío irrecuperable. En el número 8 A de la calle de sa Pelleteria no se ha vuelto a levantar la cancela. Nadie ha vuelto a hornear. El panadero Miquel Pujol murió en febrero de 2014. Poco menos de un año tardaron los hijos en tomar una firme decisión: continuar. Solo que a unos kilómetros de distancia, en Son Ferriol, y bajo otro nombre, La vida dolça.

Hay trajín. En Pascua, la Pasión nos vuelve golosos. El menor de los Pujol, Joan, acaba de sacar del horno varias bandejas de crespells. Entra un médico y le compra "el almuerzo". Están muy bien situados, con el Centro de Salud, la Escola y Correos de vecinos, los clientes están asegurados en La vida dolça. Se busca la huella de Miquel des Forn pero también su herencia. Está en manos de dos de sus tres hijos, Joan y Miquel.

Las recetas originales

"Seguimos usando las recetas de mi padre, recogidas en tres libros sin publicar. Son el fruto del trabajo de las cuatro generaciones, desde mi bisabuelo, que emigró a Argentina y allí aprendió a ser panadero, hasta que regresó a Mallorca y en 1914 abrió el Forn de sa Pelleteria. Decidimos, tras meses de darle vueltas, que íbamos a continuar el negocio, solo que nos era imposible quedarnos en el local de sa Calatrava porque reclamaba hacer una reforma importante. Nos subieron el alquiler, no mucho; entre esto y la obra que tendríamos que haber asumido, se nos disparaba el presupuesto. En Son Ferriol, el panadero se jubilaba y traspasaba el negocio. No lo dudamos", narra Joan. Pese a que su padre intentó que sus hijos no le siguieran los pasos, "es una vida muy esclava, nos decía siempre", y aún siendo licenciado en Gestión Hotelera, él, los hermanos Pujol, Joan y Miquel han cogido el testigo. La hermana no, aunque el apoyo es firme.

A las cinco, Joan ya está trabajando en el horno hasta las 14 horas. Por las tardes, se acerca de nuevo a preparar las ensaimadas. Siguen haciendo las que aprendieron con su padre y le dieron fama, las que combinan sabores salados y dulces como las de bacalao, las de cebolla con beicon; y últimamente las de nueces con chocolate blanco. "Gustan mucho", indica el menor de los Pujol.

No oculta que el "listón está muy alto", incluso que "muchos clientes de mi padre vienen hasta aquí y me examinan con los cremadillos". ¿Resultado? "¡Me aprueban!", sonríe. Entra Miquel, su hermano, el primogénito. Codo con codo los hermanos al frente de La vida dolça.

"Tomamos prestado el nombre del documental que le hizo a mi padre Marta Alonso; le pedimos permiso y nos dijo que era un honor", cuentan.

Quien conoció a Miquel des Forn de sa Pelleteria recuerda que era un hombre afable, tranquilo. Con treguas en su trabajo para conversar con una clientela que traspasaba fronteras. Cuando cerró recibió cartas, mensajes de tristeza. ¿Quién nos hará los cremadillos? Se preguntaban. Cuando al cabo de pocos años, el panadero murió, la vida fue menos dulce.

"Creo que la mayor herencia que hemos recibido de él es su bondad. El trato humano. La gente le quería mucho. Eso, y el toque que tenía cuando preparaba dulces y salados. Creo que en la manera de trabajar la pasta, se traslucía la manera de ser de mi padre", piensa Joan. "Estaba muy atento en los detalles; era un xerrador, pero a la mallorquina, cuando él quería", añade con una sonrisa. "Mi hermano tiene un carácter más parecido al suyo, y yo he heredado la forma".

Con la idea de mantener la herencia y esencia de Miquel des Forn de sa Pelleteria, en La vida dolça se han incorporado además de otras recetas, otra manera de funcionar. "En los libros de mi padre las medidas están en onzas; nosotros sabemos las equivalencias porque aprendimos de pequeños. Ahora, hemos incorporado otros productos. La vida ha cambiado, y una panadería es el reflejo", filosofa Miquel. Por eso, La vida dolça está en la red y tiene una gestión comercial del siglo XXI.

Es la cuarta generación, tras los pasos del bisabuelo que se fue a Argentina, la abuela Antònia Ferragut, que siguió el negocio en la calle Pelleteria, hasta Miquel Pujol, y ahora sus dos hijos. "Estamos muy a gusto en Son Ferriol. Nos han acogido muy bien, y vienen de todos lados; pero claro que se echa de menos sa Calatrava. Yo vivo en el barrio y sí hay un cierto vacío en Pelleteria. ¿Volver? No descartamos nada", asegura Joan. Se limpia las manos en el delantal tras amasar la pasta que acabará convertida en crespells y rubiols. Es el tiempo. Pascua ya está aquí.