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El ojo de Cíclope

El ojo de Cíclope

En esta época que vivimos, el debate identitario ocupa uno de los primeros lugares. Se reivindica la singularidad, la personalidad, la individualidad. En suma el margen de actuación de que podemos disponer a nivel personal y colectivo.

Pero detrás de ese escenario, cada vez se atisba más otra realidad. Bien distinta. Una realidad tentacular, omnipresente, transidentitaria y transpersonal. Un auténtico ojo del Cíclope que domina todo. Que ya no sería Polifemo, sino Policompro.

Estoy seguro de que a todos nos ha ocurrido. Entras en una de esas grandes webs de compra, para mirar diferentes productos. Un reproductor de música, por ejemplo. Sólo curioseas. Ni compras ni pides información. Y, misteriosamente, a partir del día siguiente te empiezan a llegar a tu correo electrónico personal ofertas de esa macroempresa. Ofreciéndote diferentes reproductores de música. Un día sí y otro también.

Al mismo tiempo, en la página de la red social que frecuentas los recuadros laterales empiezan a llenarse de multitud de reproductores de música, de todos los precios, colores y modelos. Es como si el ojo del Cíclope se hubiera introducido en tu ordenador. Y además de conocer todos tus deseos y tus preferencias, lo llenase todo de ofertas y sugerencias. Ganchos comerciales.

¿Hasta dónde llega en este tiempo tu individualidad, tu singularidad? El Cíclope te introduce en su base de datos. Conoce tu edad, tus cuentas corrientes, tus gustos vacacionales, tus gastos de tarjeta de crédito, tus compras, tu música predilecta, tus lecturas... Y a partir de ahí formas parte de un tejido invisible, atado eso sí con los ligamentos más fuertes e indestructibles: los del deseo de consumo.

Uno tiene cada vez más la impresión de vivir en un mundo virtual. Donde las noticias, los debates, las opiniones, surgen en diferentes pantallas. Variadas. Pero que en realidad salen del mismo programador. Que ignoras quién es, ni dónde está. Aunque sabes muy bien lo que pretende: hacerte consumir en su beneficio y poco más. El resto es marketing.

Según Homero, el Cíclope vivía en una cueva. En la que entraban los hombres de Ulises. Hoy, los que vivimos en una cueva somos nosotros. Mientras el Cíclope entra y sale. Y nos maneja a su placer.

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