Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Las fiestas de invierno

Con el carnaval, conocido como Sa Rua, culminaba este calendario festivo

Tras la Cabalgata de Reyes llegaba el periodo más desinhibido y alborotado, con ´foguerons´, bailes y disfraces. pere joan oliver

La Cabalgata de los Reyes Magos cierra las fiestas de navideñas, fiestas familiares por antonomasia, y abren un nuevo ciclo que antiguamente se definía por ser el período del año más desinhibido y alborotado: el tiempo de foguerons, bailes y disfraces.

El día de San Antonio, hasta los más pequeños disfrutaban de una libertad que no tenían el resto del año. Tal como contaba Pedro de Alcántara Peña en su libro sobre fiestas y costumbres El Mosaico, en el que el forastero preguntaba: "!Qué cosa más extraña y singular! Ayer en la Rambla vi a un niño que fumaba con pipa. ¿Fuman en Mallorca los niños?" a lo que el cronista palmesano le respondía: "No, señor. Nunca fuman; pero como hoy es San Antonio, los muchachos en memoria de este santo tienen la costumbre de fumar con una pipa de barro". La parranda se empezaba a desatar ese mismo día durante la desfilada de ses Beneïdes. Antiguamente, esta discurría por una calle de San Miguel llena de charcos y de barro, surcada por la acequia real, que pasaba por el centro de esa vía, y sobre la cual colocaban grandes losas para protegerla. Allí se concentraban numerosos espectadores y los integrantes del desfile que llevaban los animales a bendecir.

Siguiendo la descripción que hacía Peña al visitante: "Llegan ahora muchos coches, pequeñas galeras tiradas por un solo caballo, carretones de recreo, y los carros de los hortelanos que han llevado esta mañana la verdura a la plaza de Abastos [...] Mire hacia allá y verá venir muchas caballerías, y los que las montan vienen disfrazados. Uno reparo que lleva faldillas de mujer, otro con uniforme de general? Todo el mundo vocifera y se burla de ellos". Por lo tanto, y a pesar de que ses Beneïdes era una fiesta religiosa, no pocos de los allí presentes iban ya de cachondeo. Luego por la tarde, esa algarabía de gente gastaba su dinero "en los casinos, tabernas, cafés y mesones, estarán alborotando, si no tienen peores guaridas donde meter bulla; y al sonar las diez de la noche muchos de ellos estarán ya del todo turbios". Es decir, ya se calentaban motores, pues el día de San Antonio no era sino una premonición de lo que se avecinaba.

Efectivamente, a los pocos días se celebra la festividad de San Sebastián, patrón de Palma. Según contaba Peña en El Mosaico, durante la vigilia, en las barriadas se componían unos 'castillos' de más de diez palmos de altura formados por muebles antiguos o estropeados: "Allá van las mesas del año mil, arquillas, antiguas camas de pilares salomónicos y cien muebles artísticos destartalados. Allá va todo. Toda la 'peste' que existe en la casa, en trastos viejos, relegados en guardillas y desvanes, roídos de ratones y llenos de arañas y polilla que los está averiando; allá va, en la hoguera".

Como se ve en este texto, Peña rememora los siglos antiguos en que Palma fue azotada por la peste y el vecindario, al mismo tiempo que se encomendaba a San Sebastián y rogaba su protección frente a la terrible epidemia, quemaba todas sus pertenencias para purificar los aires pestilentes. Al encender esos castillos de fuego la fiesta y la chanza iban invadiendo las calles. Era costumbre que grupos de comparsas fuesen yendo de hoguera en hoguera bromeando con aquellos que cenaban o se calentaban a su alrededor.

Siguiendo la crónica de Pedro de A. Peña uno puede comprobar hasta qué punto el pitorreo se derramaba por las calles de la ciudad: "Ya va llegando la comparsa de Maestro Tomás. Él y sus oficiales tienen costumbre de celebrar todos los años el carnaval en paz, como buenos compañeros. Esta noche se presentan disfrazados de zapateros que figuran ser operarios de un gran taller. Tan pronto como descubren una fogata se dirigen hacia ella, y se apoderan del corro, como si fuese la acera de la casa del maestro. Ya están todos sentados. Ya van golpeando la suela cantando y gritando. Ya están encerotando el hilo, y con la lesna lo pasan a través del becerro, estirándolo después. Y al estirarlo abren los brazos, y con esta operación golpean las jóvenes; y ellas son tan tontas que al ver el hecho se desternillan de risa. Aquello es una algarabía. Mientras tanto el maestro con un enorme marco pretende tomar medida a los pies de los concurrentes que acuden al corro. Uno de los operarios, vestido de mujer, figura la esposa del maestro, y de un lado al otro está paseando un niño de teta compuesto por un colosal boniato que pesa un quintal, envuelto en pañales y fajas y con su pequeño gorro. Y los oficiales siguen cosiendo y golpeando con fuerza las hormas al poner clavos en la suela". De esta forma, uno de ellos de repente sacaba una guitarra y empezaba a rasgarla, y de esta manera los de la comparsa empezaban a cantar mientras golpeaban el suelo y hacían bromas a los vecinos. Luego, ya más animados, se levantaban e invitaban a bailar a las chicas y "ya van todos saltando y dando vueltas, al compás de los martillos que dan golpes sobre el empedrado". La fiesta duraba hasta que el maestro Tomás "da la señal de partida con un silbido, y sus oficiales recogen sus chismes y se escapan. Corren a buscar nuevas hogueras en otros barrios". Y de esta manera iba transcurriendo la vigilia de San Sebastián.

Luego llegaba, y llega, el carnaval que en Palma es conocido como Sa Rua. Con esta celebración se culminaban las fiestas de invierno, y se caracterizaba por ser la más transgresora. Parece lógico pensar que el nombre de Sa Rua proviene de las cabalgatas que antaño organizó la nobleza, la cual se paseaba disfrazada en carrozas transformadas en escenarios mitológicos o montaba en rocines camuflados bajo sus gualdrapas. Estos desfiles se organizaban para el disfrute de sus protagonistas y, al mismo tiempo, se convertía en entretenimiento y propaganda estamental destinada al pueblo llano. Éstos, boquiabiertos y obnubilados, seguían con la mirada a los caballeros que desfilaban a caballo, revestidos con sus cotas de malla, sus refulgentes arneses blancos, sus yelmos emplumados, con sus lanzas y sus estandartes blasonados por la heráldica de sus casas.

Pero con los nuevos aires liberales del siglo XIX este escenario se esfumó para dar paso a un carnaval más parecido al que conocemos en la actualidad, en que todos los estamentos sociales se tornaron en protagonistas, promoviendo la confusión y un sano libertinaje.

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