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Palma a Palma

Teles ajenas

Teles ajenas

Hace años que no tengo televisión. Pero veo la de mis vecinos. Y estoy seguro de que resulta mucho más interesante. Al anochecer, el cielo urbano se tiñe de azules cobaltos. Antes de oscurecerse por completo. Es en ese momento cuando comienzan a encenderse muchas televisiones en los edificios que tengo enfrente.

Todo lo que la tele tiene de absorbente y polifémico se pierde a medida que ganas distancia. A medida que te alejas de ella. De cerca es una especie de succionador de percepciones. Pero de lejos se convierte en algo así como un fulgor decorativo. Lejano, mudo, inofensivo.

La televisión de los vecinos me muestra una especie de espectáculo luminiscente. No alcanzo a ver las figuras concretas. Pero percibo las manchas de color, los movimientos, la vibración de las imágenes. Y es de esa manera que puedo suponer el carácter de esos desconocidos telespectadores, a los que no veo. Perdidos en el interior de esas ventanas, de las que solo surge la luz televisiva.

Adivinas enseguida los programas más agitados. Porque los colores se mueven y burbujean como esos acuarios cuando echan la comida a los tiburones. Te imaginas al vecino en su butaca. Totalmente absorto por esa catarata de colores, sombras y luminosidades. Tal vez una película. O un musical. O un reportaje.

En cambio, en otras ventanas la televisión parece más calmosa. Puedes adivinar unas formas que apenas cambian. Que se dilatan en el tiempo. Te representas a ese vecino medio dormido en su butaca, echando esas jugosas cabezadas que proporcionan por ejemplo los reportajes sobre naturaleza.

Vista en su conjunto, la fachada parece un firmamento de televisiones. Todas dispares. Porque pasaron los tiempos en que la programación era la misma. Ahora difícilmente coincide. Lo que otorga un carácter casi planetario a esa imagen de un bloque con todas las teles encendidas.

Viendo eso cada noche, uno acaba por pensar que no hacemos sino proyectar en esos aparatos de plasma nuestros deseos e ilusiones. Incapaces de cumplirlos en la realidad que nos rodea, nos sentamos cada noche a esperar que surjan por la pantalla coloreada de un televisor.

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