Diario de Mallorca

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Hace un siglo

100 años del naufragio del Miramar

De esta tragedia surgió el hermanamiento entre Palma y Cariño, el pueblo gallego donde fueron auxiliados los tripulantes

El buque mallorquín, embarrancado. J. Oliver

El naufragio del Miramar frente a la costa gallega consternó a toda Mallorca y provocó la desolación en el barrio de Santa Catalina, de donde era buena parte de sus tripulantes. De los hombres que iban a bordo, diez perdieron la vida.

El Miramar fue construido en Italia, concretamente en los astilleros de Odero en Génova por encargo de la Isleña Marítima, empresa netamente mallorquina fundada en 1891. Fue botado a mediados de diciembre de 1903 y llegó por primera vez a Palma a principios de enero del siguiente año.

Era un barco que superaba a todos los buques anteriores que habían navegado por nuestras aguas y causó magnífica impresión. De 81,74 metros de eslora, 11,70 de manga y 1.750 toneladas de desplazamiento, el casco era de acero con doble fondo celular y su máquina de triple expansión tenía una fuerza de 1.800 caballos que le daban una velocidad máxima de 15 nudos a tiro forzado. Tenía tres cámaras para unos 176 pasajeros. El día 3 de mayo hizo su primer viaje con carga y pasaje en la línea Palmay ya desde este momento fue el favorito de los mallorquines, siendo fletado en varias ocasiones para excursiones y peregrinaciones.

La primera guerra mundial suscitó una falta generalizada de carbón y la Isleña Marítima no fue ajena al problema, teniendo una imperiosa necesidad de este para el funcionamiento de sus buques y por ello tuvo que dedicar algunos de ellos para su transporte. En el caso del Miramar, su último viaje con pasaje y carga fue de Alicante a Palma, a donde llegó el 10 de diciembre de 1917 y, después de alguna reforma y ser pintado de negro, partió por última vez del puerto de Palma, el 26 de diciembre, con rumbo a Torrevieja -al mando del capitán Jorge Bennasar-, de donde después de tomar un cargamento de sal salió para Vigo. Allí llegó el 6 de enero de 1918, descargó y se dirigió al puerto asturiano de San Esteban de Pravia. El día 18 se anunció que era incautado por el Gobierno y fue puesto a las órdenes de la Compañía Nacional de Carbones, que lo dedicaría al transporte de carbón del norte a Cádiz. En esta actividad estaría por lo menos dos meses y después podría volver con un cargamento a Palma. La Isleña intentó evitar esta incautación, pero fue inútil y el 29 de enero salió rumbo a Gijón (para completar la carga), de donde partió a las cinco y media de la tarde del día 8 de febrero rumbo a Cádiz, con 1.050 toneladas de carbón en sus bodegas en lo que sería su última travesía.

La navegación transcurrió en las primeras horas con mar gruesa, dejando por babor, pasadas las doce de la noche, el faro de la Estaca de Bares, modificando acto seguido el rumbo para dejar por la misma banda el cabo Ortegal. En este momento varió la visibilidad, de tal manera que no se podía ver la cercana costa. Sobre las tres y media de la madrugada, se observó una gran sombra a proa, y a pesar de dar inmediatamente marcha atrás, el buque embarrancó cerca del cabo de Ortegal, perdiendo la hélice.

Se dio la voz de alarma, saliendo a cubierta toda la tripulación que, dándose cuenta de la gravedad de la situación, inició el abandono del buque, entre grandes olas que rompían en él. Toda la tripulación se reunió a popa, pero fue imposible arriar los botes. Tres tripulantes lograron saltar a unas rocas cercanas, intentándose lanzarles un cabo desde el barco, sin resultados. Incluso el segundo oficial, Manuel Despujol, se lanzó al agua para llevar el cabo a tierra, sin conseguirlo, aunque pudo ganar la costa a nado. El capitán, el radiotelegrafista y un pañolero también se lanzaron con otro cabo, pero desaparecieron los tres. En la proa había quedado a medio arriar un bote en el que se colocaron otros dos marineros, quienes lanzaron este al agua, logrando pasar por entre las rompientes y llegar hasta el puerto de Cariño, donde fueron auxiliados por varios pescadores. Los restantes tripulantes, ante la falta de medios y sin esperanza de auxilio, se quedaron refugiados en el barco, durante tres horas, tiempo en el que fueron arrebatados por las olas otros cuatro marineros. Entonces un tripulante, Jerónimo Llull, se arrojó al agua llevando atada al cuerpo una delgada cuerda, consiguiendo después de grandes esfuerzos ganar el acantilado con el auxilio de uno de los tres primeros tripulantes que habían saltado a tierra. Mediante esta cuerda, pudo extenderse un cable agarrados al cual lograron salvarse los veintitrés tripulantes que quedaban a bordo. Más tarde fueron trasladados a Cariño, donde fueron socorridos por la población. El resultado final fue de diez tripulantes desaparecidos, entre ellos el capitán.

Al conocerse la noticia, la conmoción en Palma fue total, sobre todo en el barrio de Santa Catalina, donde vivían la mayoría de los tripulantes. Se realizó un gran funeral en la catedral de Palma, al que asistió el Obispo y autoridades y también otro en la Iglesia de la Concepción de Santa Catalina por el alma del capitán, también en Cariño hubo función religiosa y los restos de las víctimas fueron enterrados en el cementerio de dicha localidad. A la llegada de los tripulantes al puerto de Palma en el Rey Jaime I se registraron imágenes conmovedoras entre familiares y náufragos, estos al desembarcar y en cumplimiento de una promesa, se dirigieron desde el muelle a pie, algunos de ellos descalzos, hasta la iglesia del Santo Hospital, seguidos de las familiares y muchísimo público donde entre muchas lágrimas fue ofrendada la cuerda o cabo con que se salvaron la mayoría de los tripulantes. Al día siguiente del naufragio el Gobernador Señor Estruch propuso a la prensa local realizar una subscripción popular, que él mismo encabezó, para poder paliar el dolor de las familias de los náufragos, asimismo la Isleña Marítima abrió otra subscripción entre su personal y directivos, cada día los diarios publicaban una lista con las nuevas aportaciones, simultáneamente se realizaron multitud de actos y funciones para recaudar fondos así el Teatro Lírico, el Cine Moderno, el teatro Victoria, la Sociedad la Protectora , el Circulo Obrero Católico y muchísimos más cooperaron a la causa , incluso la Asistencia Palmesana organizó una cuestación popular por la ciudad con dos carrozas decoradas con motivos marineros.

De todos estos hechos surgió un hermanamiento entre Palma y Cariño. El alcalde de Palma, Pedro Martínez, envió un telegrama de agradecimiento al de aquella población, y posteriormente fue puesto el nombre de Aldea de Cariño a una calle de Palma, que hoy día se llama Port de Cariño; en Cariño también se pueden encontrar varios detalles que recuerdan la tragedia: una pequeña calle cerca del mar lleva el nombre de Miramar y en la iglesia de San Bartolomé está la campana del barco; finalmente en la carretera que conduce al faro de cabo Ortegal y poco antes de llegar a este, se encuentra la ermita de San Xiao do Trebo donde hay una imagen de la Virgen de Lluc.

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