En tiempos de cierres de negocios históricos que se transforman en franquicias, o dejan un desconchón a la ciudad, que un comercio cumpla 110 años es del todo inusual. La Ferretería La Central alcanza este 2018 un récord, con el alivio además de estar incluida en el catálogo de establecimientos emblemáticos, presentado por el Ayuntamiento.

Los hermanos Serra y el resto de familiares celebran, además, ser los únicos que cumplen los tres requisitos de tal distinción: antigüedad, estar ubicados en un edificio protegido y vender productos singulares.

Fue Pau Sampol, vecino de La Vileta, quien en 1908 abrió su negocio en la calle Sant Matgí. El barrio del Jonquet la conocería como Ca don Pau. Continuaría el negocio su sobrino Francisco Sampol, y después la sobrina de éste, Francisca Sampol, quien despachó junto a Gabriel Serra.

"Nuestro padre entró siendo aprendiz en 1934. Con los años se convirtió en copropietario junto a Francisca Sampol, a la que acabaríamos llamando tía Francisca", narra Gabriel Ferrer. Su padre acabó adquiriendo el negocio, y desde finales de los años cincuenta La Central es asunto de la misma familia: los Serra.

A partir de 2004, tras el fallecimiento del padre, sus dos hijos Gabriel y Antonio se hicieron cargo de la ferretería y droguería. La hermana, que también echó una mano siendo niña, desistió de seguir trabajando en este histórico comercio, afamado en el barrio marinero por vender efectos navales y porque "en el se encuentra lo que no localizas en ningún lado", aprecia un cliente.

Sin duda, los más de 30.000 productos que tienen en venta y ocupan los sótanos y almacenes del centenario local, en pequeños cajones, donde algunos de los miles de tornillos aún guardan las etiquetas de su precio en pesetas, o donde aún se respira el olor de la esterina que sirve para soldar plomo, o el almidón que se usa para planchar, describen un viaje en el tiempo.

Cambios en el barrio

"El barrio ha cambiado mucho. Nosotros nacimos delante del molino d'en Garleta. Ahora viven más extranjeros que mallorquines y, sobre todo, la arteria principal que divide el Jonquet de Santa Catalina, sant Matgí, se ha convertido en la calle del paladar. "Mi padre decía que entrabas desnudo en la calle y al salir de ella, salías vestido; ¡de tantos comercios como había!", cuenta Gabriel.

Él es más optimista que su hermano Toni, quien cree que "el pequeño comercio está sentenciado"; los Ferrer al menos tienen relevo porque su hija Eva va a seguir al frente de la droguería y ferretería más antigua de Palma.

Los clientes no cesan. Es un goteo fluido. Se escucha mallorquín, castellano, inglés ya que trabajadores en los barcos acuden a La Central. Han despachado para los históricos Lady Moura, el Creole, el Giralda y el Fortuna. Ellos apenas navegan: "¡ Tenemos el mejor barco!", bromea Gabriel. Sonríe Toni Milla, el empleado que lleva 24 años en el comercio.

La Central también destaca por estar ubicada en un edificio modernista, hecha por un discípulo de Gaudí y con un sesgo "masónico", indican los Ferrer. Estaba en el número 77, de la suerte, y el cuerno de la abundancia está en la fachada. "¡No sabemos si es cierto, pero un arquitecto nos lo aseguró!", comentan los Serra.