Mientras el león rugiente siga apareciendo en las viejas pelis de la Metro, mientras la sintonía de Movierecord continúe siendo la misma, mientras exista el cine Rívoli, dispondremos de algo estable y sólido a lo que agarrarnos en esta ciudad cambiante.

La Palma del cine Rívoli es la de hoy, pero fue también la del Hispania, la Sala Born, el Lumière, el Metropolitan, el Capitol, el Palacio Avenida, la Sala Augusta, el ABC o la Sala Astoria. Luego llegaron los Chaplin y la gran novedad: los multicines, que en su día nos parecieron el no va más de lo moderno. Hasta allí arrastré a mi novio de entonces a ver Dirty Dancing, de cuyo estreno se han cumplido recientemente treinta años.

Aquellos eran cines con empaque, bautizados con nombres majestuosos y con un no sé qué de glamour decadente muy fin de siècle. Hagan un repaso a los nombres de los nuevos cines y comparen: los antiguos ganan por goleada. Hoy, los cines están en las afueras, agazapados en el interior de los centros comerciales; antes se alzaban orgullosos en el centro de la ciudad y en los diferentes barrios palmesanos.

Si la tarde se presentaba solitaria o aburrida, siempre había un cine a mano a la vuelta de la esquina. Todo el mundo iba al cine, de hecho yo recuerdo colas ante la taquilla de la Sala Augusta que daban la vuelta a la tienda de bicis de la esquina, Ciclos Ferrá creo que se llamaba. "Mira en la cola a ver si ves a alguien conocido", me decía mi padre para ahorrarse la media hora de plantón.

La entrada de las salas estaba presidida por un enorme marquesina en la que se reproducía un fotograma de la película pintado a mano sobre madera, casi siempre por el cartelista Rafael Ruiz. Ya en el vestíbulo, echabas una ojeada a "las carteleras" -el viento se las llevó también- y decidías si te convencían. Era como el trailer pero en carteles fijos pequeñitos, colgados tras una cristalera.

Aquella era también la Palma del Lírico y de la tradición de muchas familias mallorquinas de "ir a ver la de Xesc Forteza" cada Navidad. A la salida, podía una detenerse en la Granja Royal para zamparse un chocolate calentito y una ensaimada.

Hoy, en los locales de los antiguos cines, esos en los que pasamos horas infinitas de nuestra niñez y adolescencia, en los que vimos La Guerra de las Galaxias, Tiburón, Blade Runner, Toro Salvaje o Cinema Paradiso se alzan bancos, tiendas de ropa y cafeterías impersonales. Díganme si hemos ganado con el cambio.