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Palma a Palma

Paredes invisibles

Paredes invisibles

Es una de las cosas que te llama la atención cuando viajas por los países de Centroeuropa. Estás cenando tranquilamente en un restaurante, cuando de repente llega un extraño y se sienta en la silla que quedaba vacía. Para un meridional, es un gesto casi de desafío. Te quedas a medio masticar, mirando fijamente a ese intruso que, sin pensarlo, se coloca enfrente tuyo y empieza a mirar la carta.

La mentalidad de esos países resulta eminentemente práctica. No tiene sentido que una mesa con cuatro sillas esté ocupada solo por dos personas. De manera que, por lógica, el que entra y no tiene sitio ocupa las vacantes sin pensarlo dos veces.

Te das cuenta entonces del factor territorial que todos llevamos dentro. Al principio, se hace muy violento compartir casi el panecillo con uno o varios desconocidos. Cuando estás en una mesa hablas, bromeas, te mueves. Y siempre pensando que te protege tu burbuja. Ajeno a todo lo demás.

Pero, de repente, la intimidad se quiebra. Y tienes que repensar cada gesto, cada mordisco, cada broma. Mirando de reojo al recién llegado. No estamos acostumbrados.

Sin embargo, todo hay que decirlo, el sistema centroeuropeo tiene sus ventajas. Después del primer "shock" inicial, a veces simpatizas con el invasor. Es una especie de extraña lotería que tal vez te brinde la posibilidad de conocer a alguien agradable o interesante. Y al final, la experiencia resulta positiva. Así me ocurrió en varias ocasiones.

Es entonces cuando te das cuenta de las paredes invisibles que llevamos con nosotros. Esos muros intangibles que nos separan teóricamente del resto del mundo. No existen. Nos los imaginamos. Nos dan seguridad y nos sentimos protegidos por ellos. De la misma manera que cuando hablamos por el móvil en plena calle nos creemos dentro de una cabina. Como si los otros no nos vieran ni nos escucharan.

De vez en cuando es bueno salir de esas paredes invisibles. para darnos cuenta de que son un producto nuestro. Y no de la realidad.

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