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La vida como dentrífico

La vida como dentrífico

La vida es un tubo de dentrífico. Parece mentira que no se haya inventado todavía la Dentrificología. El análisis profundo y revelador de nuestras relaciones con ese objeto cotidiano. Con el que al menos dos veces al día tenemos contacto.

El tubo de dentrífico nos llega impoluto. Con su caja, su envoltorio. Tiene el cuerpecillo bien relleno, rollizo. Da gusto mirarlo. Y cuando lo sacamos del precinto y lo colocamos en el estante del cuarto de baño, nos parece que ha de durar una eternidad. Que nos acompañará durante semanas y semanas.

Pero luego, al comenzar a utilizarlo, va perdiendo su tersura. Acusa las tendencias de su consumidor. Hay gente que aprieta el tubo por su parte inferior. Que va apurando poco a poco y de forma metódica su contenido. El tubo va cogiendo una forma irregular, escaso por la base y siempre lleno por su parte superior. De esa manera, aquel volumen tan prometedor del principio se va acortando. Reduciendo conforme pasan los días.

Pero otros prefieren apretarlo por en medio. Entonces, el tubo adquiere una forma extraña. Muy delgado por el centro y todavía lleno por arriba y por abajo. El tubo se curva a capricho de cada presión. Adquiere una forma rara, imprevisible. Lo mismo que cuando el usuario lo aprieta sólo por su parte de arriba, descompensándolo y haciendo que tome una forma un poco monstruosa.

Al final, el tubo se va agotando. Y entonces hay gente que ya lo tira a la basura. Mientras que otros lo apuran. Lo exprimen. Buscan hasta el último residuo de pasta antes de darlo por acabado. Lo mismo que tanta gente que cuando su reloj vital se acaba intentan recuperar en poco tiempo todo lo que no hicieron a lo largo de su vida.

El tubo del dentrífico nos enseña nuestra estrategia vital. Nos sirve de clepsidra o emulación de reloj de arena. Nos habla del devenir del tiempo. De la materialidad de los días que pasan. De la forma de vivirlos. Del inicio y del final.

¿Cómo es posible que lo hayamos ignorado durante tanto tiempo?

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