A un lado del muro, los dimonis. Al otro, los simples mortales. La fortaleza de fuego creada en la parte alta de la avenida Jaume III no les sirvió de nada, porque los seres del averno la atravesaron sin problemas y atacaron con todo tipo de artefactos diabólicos a las miles de personas expectantes y temerosas que aguardaban a lo largo de la calle sin más armas que las ganas de divertirse y gritar en el Correfoc celebrado ayer en las fiestas de Sant Sebastià.

Ciutat, al principio dividida por la espectacular cascada de fuego, fue sitiada después por los cerca de 300 dimonis participantes, que llegaron a la plaza Joan Carles I con ganas de seguir asustando a niños y mayores. Les esperaban dos bèsties de foc, el Drac de na Coca y el Drac de Sant Jordi, que desde el comienzo de la batalla no pararon de escupir chispas y acorralar a los débiles adversarios humanos que eligieron este sitio para presenciar una hora y media de bailes de espiras, animados desde el escenario de la plaza por la batucada Saravá.

El primer batallón de soldados del infierno fue Es Cau des Boc Negre, que iba parapetado tras sus cinco escudos y una enorme horca de pirotecnia. La batucada Deixonats inició la banda sonora de percusión y entre las siete colles palmesanas sumaron más de 200 timbaleros. Las siguientes en salir fueron Endimoniats y Kinfumfa.

Uno de sus dimonis se subió a una de las plataformas montadas en Jaume III, a la altura del pasaje Can Serra de Marina, y empezó a mover dos abanicos que lanzaban fuego y provocaron la admiración de los impactados asistentes. Las colles aprovecharon esa elevación para lucirse con sus ´juguetes´, que cada año amplían y perfeccionan, aunque los clásicos no fallaron, como las carretillas que echaban chispas y perseguían a quienes se creían atrevidos y los paraguas que se movían como torbellinos, esparciendo lluvia ardiente por doquier. Los dimonis de Trafoc, Enfocats, Realment Cremats y Trabucats fueron saliendo unos tras otros del puente de sa Riera con un ritmo más ágil que en el Correfoc del año pasado y precedidos por los guardianes de las bèsties de foc, que espantaban con las antorchas a quienes se interponían en su camino.

Numerosos jóvenes tapados con capuchas y pasamontañas se acercaban tanto a las espiras de los artefactos que podían acabar quemados y -no menos grave- sordos, ya que el ruido era muy agudo e intenso, de ahí que Cort recomendase llevar tapones. En total, ardieron más de 220 kilos de material pirotécnico. Demasiado para los niños que se asustaron con el tradicional espectáculo. Más de uno lloró al ver acercarse a los dimonis, aunque otros se lo pasaron pipa a hombros de sus padres y disfrazados de los hijos pequeños de Lucifer.