La nostalgia de lo que fue y no puede seguir siendo se desprende de las palabras de Llorenç Gil, el socio número 6. "Me apuntó mi padre cuando era niño. Mi abuelo también era socio. Yo jugaba al futbolín, al pimpón y los sábados había baile y me animaba con la raspa". Nació en la calle Caro hace 77 años y ahora, en esa misma vía aunque muy diferente a la de su infancia, acaba de cerrar el último local del Montepío de Previsión Arrabal de Santa Catalina. Era la única sociedad de socorros que quedaba en Ciutat (convertida en asociación) tras la desaparición de la Protectora y la Asistencia Palmesana. Sin embargo, como ocurrió con las demás, el declive y las deudas han hecho inviable la continuidad de la entidad social fundada en 1894.

En menos de dos décadas, ha perdido tres cuartas partes de sus asociados y "más de la mitad del centenar inscrito hasta el final no estaba al corriente de sus cuotas, de solo 30 euros anuales", detalla el secretario, Miquel Coll. De ahí que la última asamblea general haya aprobado la disolución del montepío. "Los socios se han ido muriendo poco a poco -la media de edad supera los 70 años- y no hay relevo generacional". A ello se suman los problemas financieros que arrastraban desde la última etapa en la antigua sede de la calle Fàbrica, cuando dejaron de llegar las subvenciones del Consell, por lo que "era inasumible seguir", tal como explica.

El histórico local, inaugurado en 1931, acabó con "un alquiler desorbitado", por lo que en 2012 tuvieron que marcharse -ahora es un restaurante- y así comenzó el principio del fin. En la modesta sede de la calle Caro continuaron con algunas actividades, como gimnasia, danzas del mundo y coro, además de excursiones y conferencias de vez en cuando. Tampoco faltaron las partidas y campeonatos de cartas, dominó y bingo, ni los días de fútbol para ver al Mallorca, pero ya no era como en los buenos tiempos de la sede de Fàbrica.

Otros t�iempos

"Los catalineros íbamos a hacer el vermú o a pasar la tarde, era como nuestra casa", en palabras de Gil. Para el presidente desde 2006, Llorenç Sabater, que ahora está enfermo, el Montepío era "como una familia", resumió en un reportaje anterior. Y el que fuera el anterior presidente, Julià Monserrat, ya destacó en 2002: "Solo subsiste porque le tenemos cariño". Casi dos décadas después, siguen apreciando esta entidad, aunque no es suficiente, porque la razón de ser de las sociedades de socorros mutuos se perdió con la llegada de la Seguridad Social en los años 40.

A principios del siglo XX, en sus tiempos de mayor esplendor, el número de socios superaba los 1.200 y tenían derecho a médico de cabecera, dentista, oculista, practicante, comadrona y hasta servicios funerarios. El trabajo gratuito de muchos profesionales permitió que la iniciativa saliese adelante. Fue impulsada por un grupo de obreros y pescadores de Santa Catalina a semejanza de los montepíos de otras ciudades y los primeros años estuvo en un local de la calle Cerdà para luego pasar a Can Ripoll y Fàbrica.

Al crearse la Seguridad Social, la entidad se fue reconvirtiendo paulatinamente en un club social donde se hacía teatro, zarzuela, baile, juegos de mesa, etc. Era el lugar de encuentro después del trabajo y el fin de semana, donde muchos socios conocieron a sus parejas, por lo que el Montepío permanecerá en el recuerdo.