Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Palma y la modernidad: las ansias de libertad

Puesta de largo en el Círculo Mallorquín, nacido de la unión del Casino Balear y el Liceo Mallorquín. lorenzo

La entrada de Palma en la modernidad no fue nada fácil para la sociedad palmesana. Unas de las costumbres que costó cambiar fueron todas aquellas relacionadas con la ceremonia de la muerte. La prohibición, motivada por cuestiones sanitarias, de seguir enterrando a las personas en las iglesias, tal como se había hecho durante siglos, encontró mucha resistencia. También costó mucho evitar llevar los féretros destapados durante las comitivas fúnebres o que se tocasen las campanas en horas intempestivas de la noche.

Tal como nos recuerda el historiador Emilio Bejarano, en las últimas décadas del siglo XVIII existía una preocupación generalizada relacionada con la seguridad entre los habitantes de Palma. Hacia 1788 el Ayuntamiento empezó la tramitación para introducir el alumbrado público con el fin de conseguir mayor control y seguridad en las calles. Por otro lado, las autoridades aconsejaron abandonar la costumbre de dejar las casas abiertas. Más tarde, en 1799, se publicó un mandato en virtud del cual se conminaba a los propietarios de las casas a colocar puertas seguras y con llave, "y que se cerrasen a las doce, y desde el anochecer hasta esta hora estuviesen alumbrados los portales, a fin de evitar los insultos y torpezas que en aquellos se cometían".

Los espectáculos y la forma de distraerse también cambiaron notablemente durantes esa época. La aparición de los bailes de máscaras pronto despertó el recelo de los sectores más tradicionalistas, pues "fomentaban la impiedad y la inobservancia de una vida ejemplar y arreglada". Además, por lo visto, el uso de máscaras propició que más de uno, aprovechando su anonimato, entrase en casas ajenas sin permiso, bien buscando encuentros amorosos furtivos, bien con intenciones de hurtar en las viviendas. Y si con eso no fuese suficiente para dar mala fama a las máscaras, resulta que más de uno aprovechaba para irrumpir desnudo por las calles portando "máscaras deshonestas", mientras proferían palabrotas procaces con la intención de ridiculizar a religiosos y capellanes. Si alguna vez alguno de aquellos desvergonzados eran descubiertos se convertían en el blanco de sus vecinos que, convertidos de repente en torquemadas, no dudaban en lanzarles basura ("brutícies"), naranjas o limones€ o incluso les caía algún jarro de agua fría.

Entre sus iniciativas, los ilustrados promovieron el teatro. Allí se debían representar aquellas obras en que se reflejase el heroicismo; el amor a la Patria, al rey, el respeto a las leyes y a la jerarquía; la fidelidad conyugal; mostrarse combativo contra la corrupción; o promover la protección de los ciudadanos más vulnerables. En definitiva, el teatro debía ser un órgano moralizante de la sociedad. Pero claro, una cosa era la teoría y otra muy diferente la práctica. Muchas veces no se consiguieron esas intenciones. Antes al contrario, a menudo los teatros se convirtieron en lugares donde las clases más pudientes se ?perdían´ en los reservados de poca luz en busca del trato carnal. ¡Ay si los palcos del Lírico hablasen! Además, en ocasiones las representaciones se convirtieron en espectáculos mediocres en donde los actores recurrían a "lo indecoroso, lo inverosímil, al lenguaje soez, la descortesía, al chiste guarro"; a lo que los espectadores respondían con el mismo tono, con sarcasmo, gritando e insultando a los actores del escenario. Hace pocos años, Carme Simó recuperó el dietario (1782-88) del abogado Joaquim Fiol. Allí, Fiol se quejaba de "les moltes impropietats" que presentaban algunas obras de la época, incluso religiosas, como era el caso de "Los zelos de Sant Josep". Estas situaciones debieron suceder asiduamente, pues las autoridades, empujadas seguramente por los sectores más bienpensantes y religiosos, no tuvieron más remedio que crear la figura del censor con el objetivo de evitar el sarcasmo de los autores más atrevidos y el ataque a la moral.

Por otra parte, sorprende la mentalidad que demostraban los ilustrados al considerar que los nuevos espectáculos debían estar destinados únicamente a la burguesía y los rentistas. En cambio, para las clases trabajadoras esas diversiones suponían una distracción que les apartaba de sus obligaciones.

Como era tradicional, con la llegada de la Cuaresma y de la Semana Santa se imponía el tiempo de moderación, incluso de retiro. Pero con los nuevos aires de modernidad pronto se pudo observar un relajamiento de las costumbres durante esas fechas, pues los más frívolos aprovechaban las ceremonias solemnes para convertirlas "en una feria de ostentación" y de exhibicionismo.

También fue en esa época cuando se impulsó la idea de crear cafés o "casas de conversación", embriones, éstas últimas, de lo con el tiempo se convertirían en círculos, casinos o clubes sociales: el Casino Palmesano, el Casino Balear, el Liceo Mallorquín€ Ya en 1851, fruto de la unión de estas dos últimas entidades, nació el Círculo Mallorquín, institución que pervive en la actualidad.

También en esa época los sectores elitistas tuvieron acceso a los libros. Libros de autores de la Ilustración en donde se exponían las nuevas ideas para intentar transformar y mejorar la sociedad. Muchos de estos libros no estaban bien vistos o directamente sufrían la censura, por lo que debían ser comprados en el extranjero y ser introducidos furtivamente en España, por lo que sólo tenían acceso un reducido grupo de personas económicamente pudientes. Dentro de este grupo de libros prohibidos había uno que estaba especialmente perseguido. Eran aquellos que trataban temas inmorales y eróticos. Entre ellos, Bejarano destacaba los "relatos eróticos y exquisitos" de Victor J. Etienne de Jay; o Eloge du sein des femmes obra atribuida a François-Xavier Mercier, publicada en París en 1800. También había obras de este tipo en castellano, como El arte de las putas de Nicolás Fernández de Moratín, un libro del que Menéndez y Pelayo decía que "no debiera ni estamparse el nombre". Pero lo que hacía Moratín no era sino reflejar ciertos ambientes que se vivía en la corte "llena de clérigos golfos, marquesas incontinentes, alcahuetas y putas de todos los pelajes". Esta literatura estaba al alcance de muy pocos, aunque no hacía sino reflejar una época en que las ansias de libertad y de justicia social, consiguieron romper con las cadenas del Antiguo Régimen. No fue un camino fácil, ni mucho menos, pero fue en este ambiente en el que Palma fue entrando en la modernidad.

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