Ángeles y estrellas de ganchillo para adornar el árbol de Navidad, aquí en Mallorca como en Bulgaria. Con nostalgia por su tierra y la familia que allí quedó, Dimitar expone sus delicadas artesanías en un rincón de la Plaza de la Reina. La abuela de 78 años lo hace “para ayudar en casa” y siempre que no llueva o haga demasiado frío, despliega sobre un paño sus querubines de hilo blanco y dorado, junto a otros abalorios de macramé realizados por su hija, también artesana, con quien vive en Palma hace ya unos 11 años.

Didi, como la llaman sus seres queridos, recibe con modestia y una gran sonrisa la “enhorabuena” de dos señoras mallorquinas que quedan asombradas con su crochet. Mientras tanto, mete uno de sus ángeles dentro de una bolsa que hincha con aire y ata con un nudo, para proteger el adorno navideño que acaba de comprarle una turista. Minutos antes mataba el tiempo con crucigramas, avanzaba otros de sus tejidos o fumaba un cigarrillo fino.

La abuela habla su lengua búlgara, ruso y alemán, y se disculpa por no poder expresarse en español de manera fluida: “Ya no me da la cabeza para aprender otro idioma, a mi edad”, se sincera. Sin embargo, se defiende muy bien para explicar que está “muy feliz” porque su nieta terminó el año con excelentes notas y entró sin problemas a la universidad. “Lloramos de la emoción”, cuenta sobre su familia en la distancia.

Aquí hace todo lo que puede para ayudar a su hija que pinta sobre tela y vende sus creaciones en el mercadillo del Paseo Sagrera. “Yo le plancho sus prendas para fijar la pintura, es mucho trabajo, ella es una gran artista”, sostiene con orgullo de madre. Con la venta de sus artesanías la abuelita hace otro aporte a la economía del hogar, pero además, con sus ángeles y amabilidad cosecha nuevos admiradores.