Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Palma ante las puertas de la modernidad

Jovellanos llamó a los mallorquines a abrir escuelas. DM

Afinales del siglo XVIII, en los estertores del Antiguo Régimen, la sociedad española, y en concreto la palmesana, oteaba tímidamente, con muchos recelos e inquietudes, la modernidad. Ello conllevó profundos cambios estructurales en el campo de la política, de la economía y también en la mentalidad de una sociedad que todavía se movía al ritmo que marcaban las clases dirigentes—nobleza y clero—, que habían hecho de sus privilegios multiseculares una realidad estancada, auténtico cuello de botella que obstruía, o al menos ralentizaba, cualquier intento de progreso o cambio en la vida de la mayoría de la gente. En aquella época, se entendía por modernidad todas aquellas ideas provenientes de la Ilustración, las cuales, tal como intentaban los liberales, debían establecerse para transformar muchos aspectos de la vida con el objetivo de conseguir así una sociedad más justa y feliz. Ahora bien, todos estos cambios sólo se podían conseguir a costa de quitar los privilegios señoriales y eclesiásticos, así como hacer prevalecer la razón por encima de la superstición religiosa. Por primera vez, se planteaba en serio que España no fuese una propiedad privada del rey sino del pueblo español, y era de este último de donde debían emanar las leyes.

Sin duda, a finales del siglo XVIII, las ideas y acontecimientos provenientes de Inglaterra y Estados Unidos y, sobre todo, de Francia ayudaron a atraer cada vez más la atención de las mentes más preclaras. Por supuesto, en nuestro país, en la segunda mitad del siglo XVIII, estas ideas eran discutidas por reducidos grupos de intelectuales repartidos por las principales ciudades españolas, poco más. Grupúsculos elitistas que mantenían en vilo a la oligarquía más conservadora y por extensión al grueso de la gente llana en su mayoría timorata y analfabeta. A ojos del siglo XXI es difícil imaginar hasta qué punto llegaba la ignorancia del grueso de la población. Este rechazo se incrementó cuando empezaron a llegar las alarmantes noticias provenientes de Francia respecto a los sucesos revolucionarios. De esta manera la mayoría de la gente se convirtió en "enemiga de todo cambio". Esta realidad adversa explica la obsesión de los liberales por establecer una instrucción pública que llegase a todas las clases sociales, para con ello conseguir avanzar hacia la modernidad.

Para el caso de Palma, el historiador Emilio Bejarano establece con tino diferentes tendencias intelectuales surgidas del liberalismo: por un lado los afrancesados—muy minoritarios por no encontrar suficiente aceptación en la isla—entre cuyos miembros destacó Cristóbal Cladera; los enciclopedistas, todos ellos tertulianos congregados en la calle Portella, bajo el calor de la chimenea del gabinete del cronista Buenaventura Serra; y finalmente el grupo, el más importante, que se aglutinó entorno a la Sociedad Económica de Amigos del País. A estos grupos habría que añadir la influencia de los altos funcionarios de la administración del Estado así como de algunos oficiales del Ejército, en algunos casos introductores también de las ideologías masónicas. Finalmente, la gran fuerza de propagación fueron, lógicamente, los libros: "la publicaciones prohibidas de los grandes autores, que introducían las ideas que cuestionaban las estructuras defendidas por el bloque de poder." Las consecuencias de la Revolución francesa, provocaron la reacción de sectores integristas que no tardaron en acusar a los ilustrados de ir contra la tradición. Personas como el fraile tradicionalista Cayetano de Mallorca veían a los afrancesados "como gente peligrosa y taimada, pues tenían unas cualidades en apariencia buenas, pero debajo tenían una astucia comparable a la que definía a algunos animales fieros". El mismo fray Cayetano no dudó en denominar a Godoy—aliado de Napoleón y oficialmente llamado Príncipe de la Paz—como el "Luzbel de las Españas". Este encontronazo entre estas dos sensibilidades—tradicionalistas y liberales—provocaron, acaso todavía más, el miedo entre la gente. Las ideas de liberación económica provocaban pavor entre la mentalidad inmovilista de los gremios profesionales y la nobleza terrateniente. La actitud de algunos religiosos de mentalidad liberal, el desarreglo de las costumbres y las diversiones públicas preocupaban hondamente al sector tradicional.

Así se entiende que la formación educativa de la población fuese una labor básica a atender. Jovellanos, figura principal de la Ilustración, dejó escrito: "Mallorquines, si deseáis el bien de vuestra patria, abrid a todos sus hijos el derecho de instruirse, multiplicad las escuelas de primera letras [€] Reflexionad que las primera letras son la primera llave de toda instrucción; que de la perfección de este estudio pende la de todos los demás; y que la ilustración unida a ella es la única que querrá o podrá recibir la gran masa de vuestros compatriotas" y a continuación advertía: "sin este auxilio la mayor porción de esta masa quedará perpetuamente abandonada a la estupidez y a la miseria porque donde apenas es conocida la propiedad pública, donde la propiedad individual está acumulada en pocas manos y dividida en grandes suertes, y donde el cultivo de estas suertes corre a cargo de sus dueños, ¿a qué podrá aspirar un pueblo sin educación, sino a la servil y precaria condición de jornalero?". Bajo esta preocupación la Sociedad Económica de Amigos del País creó dos "escuelas patrióticas" de primera letras: la de Lonja y la de San Felio; y a otro nivel se creó la de matemáticas y la de dibujo.

A medida que las ideas de la modernidad iban calando en la sociedad, se consiguió ir cambiando las costumbres. Ello produjo no pocos conflictos durante la vida cotidiana de la ciudad. Uno de ellos fue lo que empezó a suceder con los enfermos terminales. Por lo visto, como cuenta Bejarano, era costumbre que algunos sacerdotes al asistir a los moribundos desplegasen sus mejores artes para conseguir ganarse el favor del enfermo con el objetivo de que nombrasen a la Iglesia heredera de sus bienes. Al finalizar el año se debían recaudar muchos fondos, pues los liberales quisieron limitar esa asistencia para conseguir que esos ingresos fuesen a parar a las arcas públicas. La Iglesia reaccionó amenazando con la excomunión a médicos y familiares que no avisasen con tiempo al sacerdote. Otro conflicto fueron los matrimonios desiguales. En este contexto el obispo Bernardo Nadal—de ideas avanzadas y representante mallorquín en la Cortes de Cádiz de 1812—fue acusado de ser un advenedizo, de desatender a sus feligreses y de permitir escandalosos matrimonios. La nobleza veía como algunas de sus hijas e hijos se casaban en secreto con gente que no era de su clase, rompiendo así la endogamia y exponiendo así su patrimonio y su predomino económico. Por ello reclamaron al obispo que estableciera la obligatoriedad del permiso paterno para hacer efectivos los enlaces matrimoniales, incluso en los casos que "hubiese intervenido cópula carnal". Las transgresiones en el campo de las relaciones sexuales fueron de cada vez a más. Llegó un momento que la preocupación fue tal que se intentó prohibir la asistencia a los lupanares, "exceptuando a la gentes matriculadas en la marina". Parece ser que todo fue inútil. Hacia 1778 el número de mujeres dedicadas al comercio carnal no había dejado de crecer. (continuará)

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