He llegado a una conclusión sorprendente. En estos momentos, gran parte de la población de Palma es adicta a la serie Star Trek. Seguidores acérrimos del capitán Kirk y el orejudo Spock. Tienen una fe absoluta en la teletransportación.
Puede que alguno de mis lectores se pregunte: ¿cómo es posible? Pues bien, es muy sencillo de comprobar. Sólo hace falta pasearse a cualquier hora por los muchos contenedores colocados en la ciudad.
Un contenedor, como su propio nombre indica, está concebido para contener. Es decir, para que el ciudadano vaya hasta él, lo abra, y coloque sus residuos en el interior. Es una operación bastante fácil, incluso cuando hay que discriminar el tipo de productos a dejar. Hasta un niño pequeño sería capaz de llevar a cabo tal maniobra.
¿Cómo explicar entonces que la mayor parte de los contenedores con los que te tropiezas estén rodeados de montículos de desechos? No sólo muebles u objetos voluminosos. Sino también de los mismos productos que deberían introducirse en los contenedores. Orgánico, plástico, vidrio, rechazo... Allí están, en el suelo, revueltos, esparcidos.
Uno se pregunta entonces qué es lo que falla. Y acaba comprendiendo que los ciudadanos que dejan tales abandonos a la vista, en realidad son creyentes en las reglas de la teletransportación. Y al igual que ocurría en el USS Enterprise, esperan que a una orden, esa basura se vaya diluyendo en el espacio, para llegar poco después a su destino dentro del contenedor. Del mismo modo como los miembros de la tripulación del Enterprise se trasladaban de una galaxia a otra.
Tal vez alguien considere que es una explicación un poco alambicada. Y que faltan pruebas para demostrar que tantos y tantos habitantes de Palma sean seguidores de Star Trek.
Pero, la verdad, no se me ocurre otra hipótesis viable para explicar que, cuando es tan fácil colocar la basura en un contenedor, cada cosa en su sitio, se siga tirando de cualquier manera en plena calle. Mezclada y desparramada.
