No hay muchos lugares en Palma que guarden en su interior recuerdos compartidos por unas cuantas generaciones y, de ellos, la mayoría está a punto de desaparecer. Aun así, los palmesanos somos cada vez más conscientes de la necesidad de conservar Can Joan De S´aigo, Ca Donya Àngela o el Rívoli. Todas las letras de este ABCDario son o han sido puntos de referencia que han hecho de Palma una ciudad diferente a cualquier otra. No podemos descuidarnos porque el ogro globalizador, alimentado por los alquileres estratosféricos y los nuevos hábitos de consumo, acecha en cada esquina y amenaza con engullirlo todo. Bienvenidos a un paseo sentimental por la ciudad de nuestra infancia y juventud.

I will survive se convirtió en el himno de los que frecuentábamos la Sala Assai, en la plaza de la Porta de Santa Catalina.

"¡Sobreviviré!", cantábamos a pleno pulmón, dolorosamente conscientes de que ya no éramos los adolescentes de las discotecas de Es Jonquet, ni los jóvenes de los bares de copas de La Lonja. Teníamos treinta, treinta y cinco, quizás cuarenta años, y habíamos despertado a bofetadas del sueño: "Hola, amigo, el amor eterno no existe; el trabajo con el que soñabas es aburrido y precario; la amistad es tan frágil como la copa que sostienes en la mano".

Queríamos seguir siendo jóvenes, por eso íbamos al Assai, el lugar donde los hombres "te entraban", donde bailábamos dando saltos y agitando los brazos. Las pandillas de chicos subían al piso de arriba - La Atalaya de los Buitres- y se acodaban en la balconada, una especie de palco con vistas a la pista de baile. Desde allí, escogían las mejores presas (o las más débiles) y esperaban el momento adecuado para caer en picado sobre ellas.

Entre la niebla espesa del humo de los cigarrillos, mirándonos unos a otros de reojo, cantábamos a grito pelado, como quien recita un conjuro:

I've got all my life to life

I've got all my love to give

I will survive, I will survive

Yeah, yeah