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Ciber-cafés

L as tendencias nacen, se desarrollan y a veces perecen en relativamente poco tiempo. Así pasó por ejemplo con los videoclubs...

Ciber-cafés

L as tendencias nacen, se desarrollan y a veces perecen en relativamente poco tiempo. Así pasó por ejemplo con los videoclubs, hoy casi piezas de museo pero que hace treinta años inundaron la ciudad. Lo mismo parece sentenciado para una fórmula que hasta hace poco era lo máximo de la modernidad: los ciber-cafés.

Nacidos en una época en que el acceso a internet era todavía complicado, los ciber-cafés marcaron una época. Venían a representar otro tipo de público, de necesidad comercial. Eran lugares de cita para los ciber-adictos. Generaban una atmósfera tranquila. Un poco "new-age" en algunos casos. Infusiones y conectabilidad. La gente concentrada, mirando a ratos la calle. Muchos extranjeros, profesionales. Una cierta complicidad en la manera de ver el mundo.

Los ciber-cafés actuaban como una doble ventana. Por un lado, la pantalla del ordenador, y por la otra esa actividad callejera que se adivinaba desde el interior. La dialéctica de ambas realidades era perfecta. A veces incluso se cruzaban. Cuando alguien se escribía con un amigo que acababa de pasar. Era una especie de ciclorama de los sentidos. Los caminos paralelos de varios mundos.

Uno fue cliente durante bastante tiempo de los ciber-cafés. Recuerdo sobre todo el Ciber Sitjar, situado cerca del antiguo campo del Mallorca. Era muy pequeño y familiar. El tráfico pasaba atronadoramente tras las cristaleras. Y te parecía navegar en una especie de batiscafo de los mundos.

Hoy, los móviles se han generalizado. Y contienen tantas funciones que casi nadie necesita ir a un ciber-café para navegar o escribir un mail.

Con ello se ha perdido una tipología que sin lugar a dudas marcó una época.

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