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Tormenta

Tormenta

Pocos espectáculos tan telúricos como la tormenta. El hombre moderno es moderno, hasta que sobreviene una tormenta. Entonces, y cuanto más en soledad se encuentre mayor efecto, el hombre moderno se convierte en hombre antiguo. Y le atisban todos los atavismos. Los miedos profundos. Los instintos ciegos. Porque en aquellos momentos él es él y sus antepasados.

La tormenta concita varios factores de gran terribilidad. En primer lugar, la negrura del cielo. Esas sombras cuajadas, retorcidas. Dibujadas en un horizonte totalmente oscurecido. El anuncio de una tormenta siempre es numinoso. Porque parece que la naturaleza misma se está transformando. Y mucho más cuando se contempla desde la montaña o el mar. Escenarios que multiplican los efectos del temporal hasta límites casi metafísicos.

Y luego está en trueno. Ante él, somos todavía como el hombre prehistórico. Nos invade un secreto pavor porque la resonancia del rayo tiene algo de presencia sobrehumana, monstruosa, maligna. No es extraño que siempre se adjudicara a los dioses, como Zeus, Thor o como Odín. Porque tiene algo de palabra, de voluntad celestial. Algo que nos coloca en la escala más diminuta del universo. El rayo parece la rública de un dios, escrita raudamente sobre nuestras cabezas. Como una ley, una advertencia. Una sentencia.

El trueno, además, se amplifica de una forma misteriosa. Cuando cae cerca, es un zurriagazo seco y poderoso. Como si un enorme árbol se hubiera quebrado por la mitad.

Cuando la tormenta se acerca, los truenos se van insinuando. Impresionan sobre todo por esos ecos tan lejanos. Esas reverberaciones totalmente enigmáticas que crean la sensación de un espacio infinito. El trueno se anuncia a sí mismo a través de los pasos con los que recorre el cielo. Y parece romper las columnas del universo. Dispuesto a permitir que el cielo caiga sobre nuestras cabezas, como decían los galos.

La tormenta es el momento de reencontrarnos con nuestros ancestros más remotos. Aquellos que, en el fondo de un abrigo o una cueva, deberían agruparse temblando de miedo. Esperando que el espectáculo de los rayos, el viento y la lluvia cesase.

En el fondo, no somos tan diferentes a ellos.

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