En el Call, en el barrio xueta de Palma, detrás de la iglesia de Santa Eulàlia, hay una pequeña calle, Argenteria (Platería), que debe su nombre al hecho de haber concentrado talleres de joyeros y orfebres. En el siglo XX contó con más de 25 establecimientos. Ahora apenas sobreviven tres o cuatro. La más añeja, la joyería Vda. de Gaspar Piña cerró sus puertas a principios de este año por la jubilación de Jaime Piña, el último eslabón de una familia que dedicó su vida al negocio de la venta de joyas desde 1891. Hoy, 126 años después se ha convertido en un negocio de souvenir. Por imperativo del auge turístico.

Apenas un metro más lejos, en dirección a la iglesia, ya no queda nada de otro histórico: La Perla. La joyería de los Miró cerró unos años atrás. El local, que sí es propiedad de esta familia, ha sido souvenir y heladería. Ahora vuelve a colgar un letrero: 'Se traspasa'.

Nicolás Miró regentó durante más de treinta años el negocio heredado, que al igual que su vecino, la Vda de Gaspar Piña, sobrepasó los cien años. En el siglo XXI el cambio en los hábitos ha propiciado que sean muy pocos los que quedan.

"Me cansé de estar preocupado. Antiguamente, en los pueblos y en las barriadas de Palma no había joyerías y venían todos a esta calle porque aquí se concentraban la mayoría de comercios y talleres. Los jueves venían a comprar las joyas para las comuniones y bodas. Una vez que en los pueblos se abrieron joyerías, y sobre todo, con la llegada de grandes almacenes, empezó nuestro declive", cuenta.

Él, al igual que Catia Bonnín, la única de la familia que sigue al pie de Joyas Cande, la tienda abierta por su padre Joan Bonnín en 1963, opina que "la gente es muy comodona". "¿Para qué molestarse en ir al centro, donde es difícil aparcar, si en un centro comercial pueden ir en coche y lo tienen todo a mano?", añade Nicolás Miró. Mantiene el género, alquila el local y aguarda a que Cort le conceda la licencia de cambio de uso en el pequeño piso que tiene sobre el local. "Ahora cocino, tengo más tiempo para estar con mis hijos y voy a pescar. ¡Si las cosas vinieran mal dadas, volvería a la joyería", asegura.

Pesimismo

Catia Bonnín es la única de los hermanos que ha permanecido en el timón del negocio familiar, Joyas Cande. A sus 56 años, empezó a estudiar Derecho pero acabó en la joyería. Ahora, aunque está ubicado fuera de Platería, en Jaume II, el vínculo a la calle del origen sigue intacto. Su padre, Joan se jubiló a los 74 años. Hoy, a sus 86 años, no hay día que no se pare para ver cómo va la joyería, puesto que forma parte de su mapa genético. Lleva a gala ser xueta. Lleva escritos en cuartillas dobladas formando un cuadernillo els malnoms de todos los que hicieron la vida de Platería. "¿Los quieres?", pregunta.

"Lo que ocurre en esta calle es reflejo de lo que está pasando en Palma. En pocos años, las grandes superficies acaparan el negocio. A los jóvenes no se les enseña a moverse por el centro. Además, en el gremio de joyeros no ha habido relevo generacional. Si a esto le sumas, la crisis de los últimos años y que nuestra mercancía es un artículo de lujo... No veo mucho futuro a Argenteria. Si cien años atrás, la revolución industrial lo cambió todo; ahora vivimos otro cambio de época", sentencia Catia Bonnín. "Quizá debería llamarse Souvenir". Todos sonríen.

Su padre la atiende pero revuelve entre sus recuerdos. Jaime Piña le hace bromas. Se nota que durante años han sido competencia pero colegas de oficio, y probablemente, tienen en común una manera de hacer distinta a la de hoy en día.

"No sois comerciantes, le reprocha a Catia. Tú padre y yo sí que lo hemos sido. ¡Éramos dos vendedores fantásticos!", dice Jaume Piña que confiesa echar de menos despachar en la joyería.

Su mujer, Francisca Munar, lo mira y sonríe. Ella también se ha retirado pero le consuela su nieta Maria, a quien le encantan las joyas. "¡Es mi vida!", dice la abuela mientras acaba el cortado que le sirve Joan Serra, del bar Plata. "¡Quiero que mi nieta tenga un buen recuerdo de mí!".

Su marido cuenta cómo siendo alcalde Ramon Aguiló, les ofreció la posibilidad de hacerla peatonal. "Antes nosotros le habíamos pedido que retirase el tráfico y lo hizo; después faltaba asfaltar. Cuando no habló de peatonalizarla, nos dijo que éramos los comerciantes los que debíamos pagar el empedrado. Votamos que sí al cambio de la calle. Fue en 1986 y fue una medida muy provechosa para todos. Los niños podían jugar en la calzada mientras sus padres compraban joyas".

Joan Bonnín le mira. Está callado. A medida que pasan los minutos se anima. "¿Qué quieres saber?", pregunta. Cuenta la historia de Joyas Cande, el negocio que abrió en Argenteria en 1963, al lado del estanco. Explica que el nombre es por su mujer, Candelaria, y que "después supe que es un tipo de azúcar". "¡Con lo áspero que has sido tú!", bromea el que fuera colega, vecino y comprador Jaume Piña.

Sí, porque Joan fue "joyero de oficio"; y como tal hizo joyas para la madre de Jaume, la Viuda de Gaspar Piña. "Tuve muchas especialidades, estilo isabelino y piezas en oro blanco. Tuve siete u ocho clientes muy buenos en Palma". Ambos vendieron a la familia March, a la Reina Sofía y Jaume a Carmen Polo, la mujer de Franco. "Y a los políticos de turno", sonríe Francisca Munar.

El robo y las joyas de Lluc

Su marido se anima y cuenta cómo su intervención en el robo en La Perla fue clave para apresar al caco: "Al volver de cambiar moneda en el Banco de España me encontré con un tumulto. Habían robado en La Perla y el ladrón de escapó entrando por la iglesia y saliendo por Sant Crist. Cogí mi biscuter y con la hija del dueño de La Perla le perseguimos y fuimos hasta sa Calatrava. Le alcancé una vez y se me escapó; ya en Cort le volví a pillar y allí un brigada le detuvo. ¡Salió en El Caso!", sonríe con orgullo Jaume Piña.

Como si estuvieran en sa Pobla o Artà y se picaran con las glosas, Joan Bonnín tiene también su historia. "Tuve un amigo capellán que se encargaba de enviar cosas a las misiones de Perú. En Lluc le dieron joyas para que las vendiera y enviar el dinero a misiones. Me lo ofreció pero yo le dije que quería ver el género. Fuimos a Lluc y en una caja vimos botonadura, cordoncillos, rosarios. Las tasamos y pensamos venderlas al público con un letrero que indicara que era para tal fin. Al obispo no le pareció bien que pusiésemos el letrero. Las puse a la venta y vi como gustaban a las señoras. De ahí viene el que yo me dedicase a negociar con joyas antiguas, algo que no había hecho antes. Por supuesto el dinero se envió a las misiones de Perú", concluye.

Joan y Jaime están jubilados. El primero mantiene el negocio en manos de su hija y en otra calle; el segundo cerró más de cien años de historia. Y Nicolás, de La Perla, pesca. Quizá algún día vuelva.