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Sa Torreta

El primer escalador del olivo de Cort

A las 18 horas y 16 minutos del 4 de mayo de 1989 culminó la primera ascensión al olivo de la plaza de Cort. Torrelló estaba allí...

En lo alto del árbol recién sembrado. Torrelló

A las 18 horas y 16 minutos del 4 de mayo de 1989 culminó la primera ascensión al olivo de la plaza de Cort. Torrelló estaba allí para dejar testimonio gráfico, como dirían los cursis, del acontecimiento. Quien alcanzó tan grandiosa hazaña no fue un turista alemán de los que creen que Mallorca es un lander más, ni un británico que creía escalar el peñón de Gibraltar, ni siquiera un ruso al que el cambio del vodka por un vino con cuerpo le había sentado como una sesión de interrogatorio del KGB que dirigía Putin.

El héroe de la jornada era un humilde empleado que formaba parte del equipo que plantó el hermoso olivo trasladado desde una finca de Pollença y donado por el propietario de Transportes Batledonado por el propietario de Transportes Batle. El antiguo árbol mallorquín logró lo que no consiguieron sus dos antecesores: arraigar y sobrevivir. En el intento habían fracasado un abeto pirenaico y un cedro libanés. Ambos fallecieron tras adornar unos pocos años las fiestas navideñas.

Ni el héroe de la primera ascensión ni su equipo, ni siquiera los sucesivos equipos municipales que han gobernado el Ayuntamiento de Palma en los últimos 28 años, imaginaron que la cumbre de este olivo llegaría a estar tan concurrida como el Everest en fin de semana tan concurrida como el Everest en fin de semana. ¿Que el niño se aburre? Al árbol. ¿Que llora porque no sabe bajar? Que suba el padre a rescatarle. ¿Que hay flores a sus pies? Las arrancamos para que no molesten.

El olivo de Cort se ha convertido en un simbolito (no seamos grandilocuentes). Su copa ha crecido de forma espléndida. Su tronco retorcido ha viajado a países lejanos dentro de cámaras fotográficas o teléfonos móviles. Millones de turistas leerán en sus guías que en la isla abundan los olivos milenarios, pero solo conocerán este.

Lo que nadie imaginó es que sería un simbolito de la masificación turística y de la falta de límites de quienes se creen con derecho a disponer incluso de los rincones más sagrados de la isla. Un símbolo de que la masa y la falta de educación se propagan y tienden a copar todos los espacios cuya defensa descuidan los isleños y las personas con sentido común.

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