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Palma a Palma

Costureras

Costureras

Entre los recuerdos de mi infancia están las costureras. Aquellas señoras que muchas veces se colocaban en porterías o lugares muy angostos, para coser y remendar. Sus talleres tenían algo de mágico. Tal vez por la cantidad de horas que se pasaban en ellos. Lo mismo que aquellas que se dedicaban a coser puntos de media. Las bordadoras. O las planchadoras, con sus macrocosmos de telas, tablas y planchas. Toda aquella población dedicada a los arreglos de la ropa desapareció en los años 70. La vestimenta se industrializó a pasos agigantados. Mucho más cuando la gente se creyó rica. Y en lugar de arreglarse la ropa vieja se dedicó a comprarse prendas nuevas, a veces en grandes cantidades. Sin embargo, desde hace relativamente poco tiempo las costureras han vuelto a nuestras calles. Ahora son establecimientos diferentes. Nada de señoras maniobrando en un espacio diminuto. Sino hombres o mujeres regentando una tienda donde se atienden todo tipo de peticiones. Modernas y con mucha clientela.

Me gusta sobre todo mirar en sus estantes, donde cuelgan los encargos terminados. Ves los abrigos, las camisas, los vestidos. Y te imaginas su historia. La personalidad de la gente que ha encargado el cambio. Resulta mil veces más interesante que una despersonalizada tienda de ropa nueva. Aquí hay historia, presencia humana.

La proliferación de las costureras probablemente se debe a dos factores. En primer lugar, la población inmigrada. Que todavía conserva aquella antigua tradición de arreglar y conservar la ropa, frente al despilfarro de la cultura del consumo. Quizás también a que la crisis ha hecho rectificar muchos de aquellos hábitos, y cada día más gente intenta rescatar sus prendas viejas en lugar de tirarlas.

Uno es un conservador extremo de la ropa. Cuando una camiseta o un pantalón me gusta, prolongo su existencia hasta puntos extremos. Con remiendos, añadidos, cambios de cremallera, rebotonamientos. A veces miro con orgullo alguna camiseta de verano que sigo llevando desde 1996. Y no la cambiaría por nada en el mundo.

Por eso, la vuelta de las costureras es una riqueza para la ciudad. Una vuelta a unos hábitos más saludables. Una variación sensata frente a todos esos montones de ropa que se amontonaban en los centros de recogida de objetos usados.

Las costureras nos devuelven el milagro de la ropa vieja. Que es la metáfora de las cosas intemporales frente a los lujos y los caprichos. La riqueza del espíritu siempre se ha vestido con ropa vieja.

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