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Palma a Palma

Ropa planchada

Ropa planchada

No siempre se tiene la llave para abrir las habitaciones del recuerdo. Muchas veces permaneces anclado en el presente, ajeno a todo el mundo de memoria que te subyace. Y de repente, apenas un detalle te sumerge en un auténtico viaje hacia tu pasado.

Los olores, por ejemplo, poseen esa virtud. Te pones a hacer algo muy sencillo como buscar una camisa. Al abrir el cajón, te llega el aroma tan particular de la ropa limpia. Límpido, puro. Y entonces viajas hacia atrás. La ropa limpia trae consigo imágenes de infancia. Esas tardes un poco otoñales en que, al fondo de la estancia, alguien planchaba un montón de ropa. La luz se colaba por las persianas, mientras se escuchaban los golpes de la plancha en los hierros de la tabla. Esos clongs, clongs, rítmicos que vienen a ser como un ballet de la ropa plegada y calentita. Una especie de metrónomo que acaba causando un pequeño trance en quien plancha y en quien escucha. Como si fuese una música trasportadora a otras esferas del tiempo. La ropa recién planchada tiene un aroma tan germinal como el pan acabado de cocer. Un perfume que te pone de buen humor. Que habla de cosas profundas y al mismo tiempo acogedoras, agradables. Es una metáfora de las cosas puestas en orden, sin conflicto. Tiene el apresto del tejido, pero también algo del calorcillo de la plancha, y también exhala ese efluvio tan peculiar de la tabla forrada de tela protectora. Alisada por tantos y tantos actos de planchar. Y que acaban impregnando incluso la madera. Como en el caso de tantas otras "magdalenas de Proust", se despiertan así sensaciones muy remotas. Por unos segundos, pareces comprender que la vida no está hecha sólo de linealidades, sino también de una especie de trascendencia vertical sin edad ni lugar. Cosas que unen el pasado y el presente en un solo punto, una sola luz. Y cuando se enciende, aunque sea un momento muy breve, todo tiene un sentido distinto.

Hoy en día, al menor episodio de depresión, angustia o estrés, te recetan medicamentos. Y se olvidan de que hay cosas cotidianas y sencillas capaces también de sumirte en paz y llevarte un poco de alivio. Acciones tan terapéuticas como oler la ropa recién planchada.

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