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Sa Torreta

El milagro de Son Dureta

Visitar hospitales solo se asocia con una alegría en caso de nacimiento. Son lugares en los que el volumen de malas noticias supera...

Son Dureta, una construcción sólida en un lugar privilegiado.

Visitar hospitales solo se asocia con una alegría en caso de nacimiento. Son lugares en los que el volumen de malas noticias supera con creces al de las buenas. Si al final de un proceso sanitario uno traspasa la puerta con una sonrisa en los labios, nadie le quita unos días, horas o minutos de preocupación o angustia.

Pero hoy no se diserta sobre el contenido sino sobre el continente. El otro día estuve en Son Llàtzer, un hospital aún en edad juvenil que en algunos aspectos de diseño me pareció cuarentón. El Son Espases del gran negocio de Florentino, que sigue en la niñez, es frío como el beso de un cadáver. Sus urgencias parecen las catacumbas de la antigua Roma en las que en lugar de ocultarse los primeros cristianos se oculta a los enfermos. Pero la estrella arquitectónica es el larguísimo pasillo a través del que se unen las zonas de consultas y hospitalización. Estar allí, solo o sola, a las dos de la madrugada pondría en alerta al mismísimo James Bond. Es el escenario ideal para rodar en plano secuencia una escena de terror en la que los zombis persiguen a los últimos humanos.

Exteriormente son más secos que la mojama. Nada que ver con el cerrado por mucho tiempo hospital de Son Dureta (quien está convencido de que el Govern lo remodelará a corto o medio plazo también cree en los Reyes Magos). Primero está la ubicación. Se buscó un remanso de paz para los enfermos, con las mejores vistas sobre la bahía y el bosque de Bellver. Se construyó un edificio que, ciertamente, en los últimos años padecía achaques de salud en los órganos internos. Sin embargo, su cutis seguía siendo envidiable. Su curva, sus balcones en las habitaciones de la fachada principal, el suelo de sus pasillos, impecable tras más de 50 años de vida...

Sinceramente, no creo que Son Llàtzer y Son Espases tengan el aguante de su predecesor. Basta ver como los tabiques de mantequilla se deshacen poco a poco. Pero este es el sino de nuestro tiempo: se construyen edificios para prolongar la existencia de los pacientes, pero no se desea larga vida a los lugares donde se obra el milagro de la supervivencia.

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