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Palma a Palma

Los paradisinos

Los paradisinos

Mi generación es la de los paradisinos. En los años 60, la rebelión juvenil rechazaba los valores de la realidad. Y la expresión concreta de ello era buscar nuevos lugares para vivir. Surgieron así los paraísos contemporáneos: Ibiza, Mallorca, India, Bali... Todos cuantos soñaban con una vida mejor, más plena y tranquila, se convirtieron en paradisinos. Habitantes de ese paraíso lejano al que sólo podías acudir temporalmente pero en el que soñabas como tu hogar. Su referencia era una guía vital. Una esperanza.

Algunos paradisinos, como es mi caso, tuvimos la suerte de cumplir con nuestro sueño. Dejamos la gran ciudad, gris y neurótica, para buscar en las islas un destino y un paraíso cotidiano. Creo que fuimos muchos los que dimos ese paso, siempre con la seguridad de que los lugares te amparan, te curan, te transforman.

Los paradisinos estamos ahora en una honda crisis. Porque ese lugar idílico donde construimos nuestro imaginario de vida deseable se ha corrompido. El paisaje con el que soñabas, como metáfora de la felicidad, está lleno de chalets de gente rica con piscina. Se llena de coches y gente los domingos. Y cuando se van las masas, dejan sus botellas de plástico, sus papeles, sus desechos. Porque para ellos no es un paraíso, sino un objeto de consumo.

La vida en la Palma plácida de otrora, donde muchos nos refugiamos buscando los valores más profundos de la humanidad, la sencillez, la relación amable y tranquila con la gente y el entorno, se está trasformando en un caos circulatorio, coches que atraviesan la noche con el regetón a toda pastilla, turistas que llegan al aeropuerto enseñando el culo como signo de manfutismo y no respeto. Gritos, suciedad, músicas, peleas.

Las buhardillas románticas con la Seo al fondo, donde escribir y mirar las estrellas, están en manos del alquiler turístico y cuestan 300 euros al día. Las terrazas de los cafés que representaban un agradable provincianismo están llenas y te cobran precios desorbitados por un producto mediocre.

El propio paraíso, o lo que resta de él, te está echando. Primero del centro de la ciudad, después tal vez de la ciudad. Quién sabe si algún día de la propia isla. Reservada a los no-paradisinos.

Los paradisinos nos miramos estupefactos. Nunca habíamos pensado que todo esto pudiera ocurrir. Que el paraíso pudiera desvanecerse para convertirse en un negocio.

Y ahora que ha ocurrido, lo peor es que no hay más lugares a los que huir.

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