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Antiguos jardines de Palma (I)

El huerto del Obispo, en la calle Sant Pere Nolasc.

Desde el mismo momento en que el hombre abandonó el Jardín del Edén ha anhelado regresar a él. El diseñador de jardines Nicolau Rubió i Tudurí afirmaba que "nuestra humana ansiedad paradisiaca sería la nostalgia por una época geológica llamada Plioceno en el que el clima era siempre primaveral, la alimentación vegetariana abundante y nuestros antepasados antropoides pocos y pacíficos. Ansiedad que las posteriores glaciaciones y cambios drásticos que modificaron la faz del planeta contribuyeron a acentuar, definir e, incluso, colorear hasta transformar el recuerdo en mito". En este mismo sentido, Mario Satz en su reciente tratado sobre los jardines, "Pequeños paraísos", escudriña en la antigua etimología para evidenciar esa obsesión eterna por retornar al punto de origen, al Edén del que nunca se quiso salir. Por ejemplo, la palabra 'paredesha', origen de paraíso, procede del sánscrito antiguo que significa lugar elevado o región suprema; o la expresión 'gan eden' vendría a significar huerto o jardín delicioso, lugar en que los hombres encuentran y viven en la paz interior. El mismo autor nos recuerda que durante la Ilustración "serán los jardines botánicos, enriquecidos por las especies llegadas a Europa del Nuevo Mundo y Oriente o bien al revés, llevadas de aquí allá en un intento de reproducir en todas partes, mediante cotos cerrados y arbóreos, la felicidad de la huella paradisiaca".

Pues bien, en Palma también se encuentran vestigios de esa ancestral búsqueda del rincón edénico. Quizás deberíamos hablar en primer lugar del Huerto del Rey, pero, aunque en este solar hubo ciertamente el antiguo huerto de los reyes de Mallorca, su factura es de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Por ello, es mejor referirse a uno más antiguo y que presenta un buen estado de conservación: el huerto del Obispo, situado en la parte posterior del palacio episcopal, en la calle Sant Pere Nolasc. En este lugar podemos contemplar uno de los pocos 'hortus conclusus' palmesanos que ha sobrevivido milagrosamente al siglo XX. A este bello rincón de la ciudad, auténtica reliquia medieval, refugio de pájaros, peces e insectos, protegido por árboles de refulgentes hojas, flanqueado en uno de sus lados por la antigua muralla romana y que conserva objetos curiosos como un antiguo grifo zoomórfico, se accede a través de un imponente portal neoclásico, datado en 1931, que debió encargar el obispo Josep Miralles (1930-1947) según denuncia el escudo que lo corona. A pesar de ser un espacio privado, desde hace diecisiete años se abre unas horas diarias al público.

Por supuesto hay algunos otros ejemplos de antiguos huertos ubicados en la ciudad. Ahí está ese bello jardín escondido, pero no por ello menos conocido, de los baños árabes; o algunos de los huertos conventuales como son los de las clarisas, las jerónimas, las teresas o el de las capuchinas, todos ellos de difícil acceso; por no hablar de los claustros ajardinados entre los cuales sobresale el del convento de San Francisco. Especialmente singulares son los jardines de Can Rubert o de Nazaret, en el Terreno, deudores de los parques pintorescos ingleses„tantas veces descritos en las novelas de Jane Austen„. Por su belleza y especial situación„antes de construirse el Paseo Marítimo constituían uno de los balcones privilegiados de la ciudad que asomaban al mar„, fueron retratados en innumerables ocasiones por los pintores locales o foráneos durante los siglos XIX y XX; y en sus acogedoras y sombreadas terrazas se dieron cita nuestros mayores con la ávida lectura veraniega o encuentros furtivos de jóvenes parejas al atardecer.

Algo distinto son los jardines botánicos que surgieron durante la Ilustración, los cuales se destinaron al cultivo de plantas con fines científicos. Éstos pueden considerarse herederos de los huertos asociados tradicionalmente a la farmacia y que durante centurias se cultivaron en los monasterios y conventos de la cristiandad. Gracias a los primeros botánicos ilustrados como Carl von Linné (1707-1778), conocido como "el segundo Adán", padre de la taxonomía botánica moderna, empezaron a surgir por toda Europa jardines en los que, a parte de seguir siendo un "locus amoenus", un lugar ameno, amenizado por el gorgoteo incesante del agua que corre por las acequias, la sombra onírica de los árboles y los efluvios perfumados de las flores, también se etiquetaban los árboles y plantas con sus nombres propios para que el visitante los pudiese diferenciar y reconocer. Al mismo tiempo estos jardines también se convirtieron en laboratorios de ensayo para aclimatar planteles traídos de tierras lejanas, o para mejorar algunas especies vegetales con fines culinarios o medicinales.

Es necesario recordar que la Ilustración, con sus estudios de botánica, entró en Mallorca a partir de la primera mitad del siglo XVIII amparada por la monarquía borbónica y el círculo de intelectuales mallorquines aglutinados en gabinetes como el del cronista Bonaventura Serra. En este sentido el impulso de la Corona fue definitivo a partir de 1778, momento en que aprobó la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País, institución ilustrada, desde la cual, por primera vez, se planteó la creación de un jardín botánico, es decir, un jardín con fines científicos (continuará).

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