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Sa Torreta

Polvo milenario en el Moll de la Riba

Cada vez que camino por el Moll de la Riba tengo la sensación de pisar polvo milenario. Probablemente es una percepción falsa...

Debajo del asfalto hay milenios de historia. carlos garrido

Cada vez que camino por el Moll de la Riba tengo la sensación de pisar polvo milenario. Probablemente es una percepción falsa. La capa de asfalto habrá cubierto cuanto quedaba del espigón medieval representado en la pintura de Sant Jordi de Pere Niçard.

En la tabla conservada en el Museu Diocesà se representa, además de al santo legendario en su lucha contra el dragón, una vista idealizada de Ciutat de Mallorca. Frente a La Almudaina se ve el espigón del muelle. Destaca una torre cuadrada de defensa y la presencia de media docena de embarcaciones de época: una coca, galeras y alguna carraca.

Las distintas representaciones gráficas de Palma siguen mostrando el Moll de la Riba como un cordón umbilical, imaginario pero real en cierto sentido, que comunica Mallorca con el exterior y que le proporciona el sustento para vivir. El plano de Garau de 1644 representa un muelle más largo. Mantiene la torre de defensa y a su abrigo se encuentran una veintena de embarcaciones de distinto tamaño. Entre ellas destacan los galeones con todas sus velas desplegadas.

Existe un cuadro anónimo del siglo XIX con una perspectiva tomada desde una altura que se sitúa en medio del mar, a unos metros de altura y justo enfrente de la punta del dique. En cada imagen parece que ha crecido en metros. Aunque en este cuadro ya no se ve la torre de defensa y, en cambio, aparece un faro.

Las fotografías de finales del siglo XIX y principios del pasado muestran el paseo elevado que tanto gustaba a los palmesanos -su demolición se aprobó hace medio siglo- el faro de la punta y el kiosco en el que los paseantes tomaban un refresco en las tardes veraniegas. También hay gente, mucha y diversa. Viajeros con maletas, arrieros, curiosos que contemplan el trajín de la carga y descarga de los barcos y mujeres ataviadas a la moda de París.

Cuando encamino los pasos hacia el Moll de la Riba dudo sobre si queda algo del material reproducido en las imágenes de cinco siglos, pero tengo la certeza de que ahí se siente, pese a todo, el alma marinera de una Mallorca atada al mar.

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