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Palma a Palma

La ciudad fantasma

La mayoría de las veces, cuando entramos en un piso antiguo creemos poder hacerlo nuestro. Nos parece ajado, vetusto. Estamos convencidos de que con pintarlo y reformarlo habremos trasformado su realidad. Y ya será nuestro.

Sin embargo, las cosas no son tan fáciles. Nuesta visión horizontal, lineal, nos permite creer que somos los únicos en habitar entre esas paredes. Asomarnos al invernadero, dormir en esa habitación de techo tan alto. Pasar de noche por los pasillos silenciosos.

Salimos a la calle, y pensamos que sólo nosotros y nuestros contemporáneos transitamos por ella. Paseamos junto a los viejos edificios. Nos sentamos en las terrazas. Como si el presente hubiera sido eterno, sin pasado.

Pero no es así. Tal vez, en la habitación donde dormimos plácidamente nacieron varias generaciones. O murieron varias personas. Entre esas paredes se produjeron hechos alegres, trágicos, inocentes, terribles. En el mismo punto donde ahora estamos sentados ante el ordenador.

La ciudad no es ese conglomerado inmóvil y estático que tenemos siempre tendencia a imaginar. Resulta todo lo contrario. Es una realidad en permanente movimiento, que si pudiésemos acelerarla a cámara rápida como ocurre con las películas veríamos como se destruyen edificios y se construyen otros, como pasa la gente vertiginosamente, nacen, mueren, y nacen otros y así sucesivamente.

El corte temporal donde habitamos ni siquiera es estable. Nos parece que dura mucho tiempo, pero lo hace apenas unos días porque enseguida cambia. Se altera. Sin que nos demos cuenta, pero constantemente.

Imaginemos la Palma de hace sólo cinco años. Y veremos cuántas diferencias. Cuántas cosas, cuánta gente, ha cambiado. Al final, esa segunda dimensión algo fantasmática de todo lo que ha sido y ya no está también nos envuelve. Como espectros familiares. Esperando que algún día también nosotros nos unamos a ellos.

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