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Palma a Palma

Calle Costa i Llobera

Calle Costa i Llobera

La ciudad te protege y ampara. Pero también te llega a agobiar. Sobre todo esas zonas con mucho tránsito rodado. Con gente caminando en todas direcciones, ruidos, coches. Las Avingudes, por ejemplo, te hacen sentir como un pigmeo. Allí estás tú, solitario, en medio de altos edificios, autobuses, coches con la radio a toda mecha, motos, ruidos...

Por eso, uno celebra como un verdadero acontecimiento la aparición de un oasis. Y en el caso de esta zona, se trata de una calle en concreto. Poco conocida, un poco escondida. La calle Costa i Llobera.

Ignoro por qué razón, un fragmento que da a las Avingudes hace tiempo que se ha cerrado al paso de vehículos. Es un pequeño refugio peatonizado en medio de un caos circulatorio. Y te permite pasar de un mundo a otro en muy pocos segundos.

Me gusta entrar en esta calle aunque no tenga que pasar forzosamente por ella. Porque de repente tienes la sensación de que la ciudad vuelve a ser tuya. Pasas por en medio de la calzada. Miras al cielo. Y de repente recuerdas esa época ya muy lejana en que los niños jugaban en la calle. Cuando el paso de un vehículo era todo un acontecimiento. Y por las noches, la gente se sentaba en plena vía pública a pasar un rato "a la fresca". Sin que nadie le molestase.

Circulas de un lado a otro de ese fragmento de calle, que tampoco es demasiado largo todo hay que decirlo. Es como si de repente hubieses cambiado de ciudad. Un paseo por ese rincón te hace ensoñar cómo sería Palma si se hubiesen preservado algunos refugios como éste. Donde el bullicio y el atropellamiento cotidiano de las cosas parece alejarse. Y tampoco llega el aborregamiento turístico.

Esta parte de la calle Costa i Llobera, aislada y peatonal, aun siendo corta puede parecer infinita. Porque conforme tomas posesión de la calzada, la acera, los márgenes, se te ensanchan los principios interiores. Te sientes un poco más libre, más introspectivo, más sereno.

Descubres así una gran verdad muy poco conocida. En realidad el atractivo de los lugares no es siempre proporcional a la majestuosidad, a lo monumental y lo superlativo. Muchas veces, lo sencillo te lleva más rápidamente a la contemplación.

Porque va directamente al alma.

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