Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Antiguas bibliotecas de Palma

La biblioteca de Cort es de principios del siglo XX. m. mielniezuk

Los costosos códices manuscritos e iluminados, hechos con rígidos pergaminos y con elaboradísimas tapas de madera, obligaron durante siglos a mantener los libros anclados con cadenas en los atriles de las bibliotecas medievales de toda Europa. En aquella época estas medidas estaban más que justificadas: había pocos manuscritos, ocupaban mucho espacio (pues se aprovechaba toda la vitela, por lo que quedaba una hoja de tamaño folio) y eran carísimos. Durante muchos años, esta forma de organizar los libros condicionó el mobiliario y el espacio de las bibliotecas, la cual pervivió mayoritariamente durante el siglo XVI, e incluso se siguió utilizando en algunos casos durante el siglo XVII. Algunas de las bibliotecas que mantuvieron este sistema y que todavía hoy se conservan son: la de San Pedro y Santa Walburga, en Zutphen (Países Bajos, 1555); la de la Universidad de Leiden (Países Bajos, 1575); la del Trinity Hall de Cambridge (Reino Unido, 1600) o la de la catedral de Wells (Reino Unido, 1690)... entre algunas otras. Palma también tuvo bibliotecas de este estilo, pero por desgracia no se ha conservado ninguna de ellas.

Ahora bien, a partir del siglo XVI, la imprenta, la generalización del uso del papel y la irrupción del Humanismo provocaron una lenta y profunda transformación de las bibliotecas. Con el desarrollo de la imprenta, muchos libros dejaron de ser objetos de lujo reservados a unos pocos privilegiados, pues al poderlos reproducir en serie se consiguió abaratar su precio. Otro elemento importante fue la generalización del uso del papel. Los atriles medievales habían sido diseñados para los manuscritos, de tamaño considerable, de una superficie de unos 38 por 30 centímetros. Al ser de pergamino, las hojas eran gruesas y duras, lo que exigía una encuadernación de poderosas tapas de madera con broches para mantener el códice cerrado. Todo ello obligaba a colocar los libros horizontalmente. De esta manera cada manuscrito ocupaba unos 30 centímetros, por lo que tres de ellos precisaban el espacio de casi un metro. Ello quiere decir que las bibliotecas más grandes del medievo podían acoger entre trescientos a seiscientos manuscritos, no muchos más. Ahora, con la irrupción del papel se podían hacer libros de tamaño mucho más reducido: volúmenes en cuarta o en octava, dependiendo si el pliego del papel se doblaba dos o cuatro veces. Además, los libros de papel, mucho más flexibles, pudieron desprenderse de las pesadas tapas de madera y se empezaron a encuadernar en pergamino lo que abarató todavía más su precio. De esta manera, la adquisición de libros aumentó exponencialmente. Más baratos, los libros dejaron de ser objetos valiosos, por lo que se pudo prescindir de las cadenas. Las bibliotecas aumentaron sus fondos y por lo tanto se tuvo que ingeniar un nuevo sistema de organizar y almacenar los libros. Fue en esa época cuando surgieron las estanterías apoyadas en los muros de las bibliotecas. Este sistema pudo ser posible gracias a la nueva forma de los libros. Se podían guardar en posición vertical, el grosor de sus lomos no excedía los 5 centímetros, por lo que en un estante de un metro cabían entre veinte y cuarenta libros. Estos estantes se podían disponer uno encima del otro, por lo que en un metro de pared, de seis a diez estantes se podían depositar entre doscientos a cuatrocientos libros, es decir, una biblioteca entera de atriles. Esta gran innovación cambió profundamente el aspecto de las bibliotecas europeas. De entre todas las grandes bibliotecas pioneras en adaptarse al sistema mural de estanterías, destaca la de El Escorial (1575-1585). "Nada es comparable a El Escorial, ni Windsor en Inglaterra, ni Peterhof en Rusia, ni Versalles en Francia" escribió Alejandro Dumas padre. En este mismo sentido, el historiador del arte James W. P. Campbell, es contundente: "El Escorial representa sin duda una de las construcciones más influyentes e importantes de la historia de la arquitectura europea. Y por lo que respecta al diseño bibliotecario, su posición es absolutamente medular".

Ahora bien, para el tipo de biblioteca que se construirá en Palma a partir del siglo XVII hasta prácticamente finales del siglo XIX, se debe tener en cuenta la influencia de otra gran biblioteca: la Ambrosiana. Esta biblioteca milanesa fue construida en 1609 y fue pionera en colocar estanterías de gran altura haciéndose necesarias ya no sólo las escaleras para las baldas situadas a una altura mayor de los dos metros sino incluso una galería situada a unos tres o cuatro metros del suelo, a la cual se accedía por dos escaleras de caracol colocadas en dos de las esquinas de la sala. Otra peculiaridad de esta biblioteca es que fue una de las primeras a ser considerada, si no pública, de las primeras en mantener sus puertas abiertas a cualquier lector o curioso.

Este modelo de biblioteca, de altas estanterías, provista de escaleras y de una galería o pasillo elevado para acceder a los libros más altos es el que se siguió a la hora de construir las bibliotecas palmesanas de cierta entidad. Una de estas primeras en construirse fue la del convento de Montesión. Aunque la creación de la biblioteca de los jesuitas se remonta al 1562, seguramente las estanterías y la galería de balaustrada se empezaron a construir hacia 1631. Esta bella librería poseía libros provenientes de colecciones privadas, como la del canónigo Gregori Zaforteza o la del lulista y jesuita Andreu Moragues. En la segunda mitad del siglo XX, la biblioteca fue desmontada y trasladada a la nueva sede de la Biblioteca Provincial en la calle Ramon Llull hasta que en 2009 volvió a ser retirada.

Durante el siglo XVIII se crearon varias bibliotecas particulares de cierta importancia, muchas de ellas relacionadas con la inquietud intelectual de la nobleza local. Una de las más importantes fue la del cronista Bonaventura Serra, ubicada en su casa de la calle de la Portella. A la muerte de Serra, la biblioteca pasó a formar parte de otra biblioteca destacada: la del marqués de Campofranco, en la calle del mismo nombre. Otra que también destacó tanto por su belleza como por sus libros fue la de Can Sureda, creada por el marqués de Vivot. Al ser privadas, estas bibliotecas no presentaban estanterías con galerías, acaso alguna escalera para alcanzar los libros ubicados a más altura. Otra característica de estas bibliotecas era su voluntad de reunir un gabinete de curiosidades relacionadas con el saber y la cultura: esferas terrestres, antiguas cartas marítimas, restos arqueológicos? Fueron los tiempos de la Ilustración.

Quien demostró desde un primer momento el gusto por libros fue la burguesía del siglo XIX. En Inglaterra surgieron los clubes de caballeros que florecieron a lo largo de las calles londinenses de Pall Mall y Saint James, procurando a sus socios un segundo hogar (" a home from home"). Allí la biblioteca se convirtió en el centro neurálgico. Tal como recuerda Ignacio Peyró, "Inglaterra debe a los clubes una gran parte de su prosperidad". El mismo autor asevera que los clubes creados en España "remontan al Mayfair londinense su causa primera y su modelo". No pocas casas de la burguesía palmesana presumieron de sus bibliotecas. De Londres y París llegó el gusto por estas salas de cómodos sillones de cuero, de hermosos escritorios forrados del mismo material, con sus estanterías cargadas de bellos libros de lomos de piel y letras doradas. Por ello no debe sorprendernos que cuando a principios del siglo XX se construyó el nuevo edificio del Círculo Mallorquín (hoy Parlament de les Illes Balears), se pusiese especial atención a la hora de diseñar su biblioteca. Esta se erigió siguiendo la tradición: suelo de madera con altas estanterías y galerías intermedias. Aparte de los libros (se contaba con una colección nada desdeñable), la estancia se amuebló con unas confortables butacas, con mesas de lectura y unas lámparas. El resultado final fue el de conseguir la biblioteca más elegante de Palma.

De esa época también son dos bibliotecas singulares, con altas estanterías y galería. Una la hizo construir el obispo Campins en el palacio episcopal: la biblioteca diocesana; otra, una de las más conocidas y frecuentadas, es la que se construyó en el Ayuntamiento de Palma: la Biblioteca de Cort.

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