Apenas veinte metros separan a dos policías locales de más de diez vendedores ambulantes ilegales. En el medio, los artesanos se desentienden. El Parc de la Mar es a diario, como lo son la plaza Major, el Moll y la Platja de Palma, los lugares donde se practica el juego del escondite entre los manteros y la Policía. Los comerciantes están que trinan. Los agentes aseguran que apenas tienen margen de actuación y el equipo de gobierno municipal, también, dividido. Mientras Podem y Més quieren suprimir la normativa y regular la actividad ilegal, Hila cree que "la presión policial es la medida más eficaz". Su equipo apuesta por alejarlos de los lugares emblemáticos de Palma. No lo consiguen. La Catedral enmarca la actividad diaria de estos mercaderes sin rostro, muchos de ellos ilegales. La oposición, PP y Ciudadanos, da un varapalo a Cort. Creen que "Podem y Més quieren autorizar la venta anulante ilegal en las calles".

La puesta en escena resulta pura comedia del arte. Réplicas de Chanel, Michael Kors o de Prada, a 30 euros los bolsos; diez los monederos, y cinco, las gafas de sol son solo algunas de las falsificaciones que proceden de China. Ramas, uno de estos ilegales, dice que los comercializa un italiano. No sabe más. Apenas habla castellano. La mercancía está en el suelo. Pasan distraídos centenares de turistas. En unos segundos, alguien da el aviso. Asoman dos agentes de la Policía montada. Las telas son recogidas y convertidas en un atillo gigante en un suspiro. No pasa nada. No hay tensión. Los polis siguen su camino. Medio minuto después, las falsificaciones vuelven a estar sobre la tela. Un clásico de los destinos turísticos donde no solo los niños juegan al escondite.

Si el verano va a ser de récord también lo alcanzarán los vendedores ambulantes ilegales. "Hay muchos más", asegura uno de los comerciantes de la plaza Major, ayer despejada porque la policía estaba bajo los soportales. "Mientras hay agentes, se esconden en las escalinatas", cuenta Sebastià Ripoll. Este comerciante se queja, al igual que sus compañeros de otros escenarios del trapicheo de los ilegales, de la indefensión. "Pagamos nuestros impuestos. Nos inspeccionan, y ellos ¿qué? Nos hacen competencia, sin duda".

En la Platja de Palma el panorama es de trazo grueso. Grupos de jóvenes alemanes practican botellón y regatean al africano que les quiere vender una réplica de reloj. No llegan a un acuerdo. Ellos siguen bebiendo y los vendedores se echan a la arena, a ver si pica ese otro germano despanzurrado, y adquiere un rolex por 20 euros. Pura bagatela. "Está cada vez peor. Esto no hay quien lo pare", critica la propietaria de un souvenir. "Que paguen impuestos como nosotros", espeta. Solo que la mayoría no tienen papeles.