Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Bibliotecas medievales de Palma

La biblioteca de La Real, donde estudió Ramon Llull. B. ramon

Desde los tiempos más remotos de la Humanidad se ha perseverado en la obsesión por reunir bajo un mismo techo todo el saber. El refrán de Cayo Tito, Verba volant scripta manent (las palabras se disuelven, lo escrito se mantiene), siempre se tuvo muy en cuenta. Para el caso de Occidente, ya en la Antigua Grecia, cuando el mito fue desplazado por el logos, el conocimiento y la irrupción de la escritura fueron los responsables de desencadenar esta obsesión. Ese empeño todavía hoy perdura. Ese jardín del saber, allí donde habitan los libros ordenados y clasificados, es lo que denominamos la biblioteca.

Los primeros depósitos de libros„en aquella época estaban constituidos por rollos de papiro„se documentan en la lejana Mesopotamia y el Antiguo Egipto. Pero de la Antigüedad, las bibliotecas más importantes y famosas fueron las griegas: la de Pérgamo (197-160 a.C.), en la actual Turquía; y la de Alejandría, en Egipto. En esta última, creada por los reyes ptolemaicos, se propuso coleccionar todos los libros del mundo griego. Según el cálculo de los especialistas, el corpus completo de la literatura griega escrita por autores conocidos estuvo constituída por unos treinta y un mil rollos de papiro. Euclides, Arquímedes o Eratóstenes fueron algunos de sus usuarios más destacados. Parece ser que la primera versión griega de las Escrituras hebreas, la Septuaginta, se compiló en esta magna biblioteca.

Los romanos también construyeron edificios para albergar libros. Historiadores del Arte como James W. P. Campbell sostienen que las bibliotecas públicas romanas se erigían de dos en dos, pues una construcción albergaba los libros griegos y la otra, los latinos. No se tiene constancia, ni arqueológica ni documental, de que existiese uno de estos edificios en Palma, pero ello no es óbice para pensar que no los hubiese. Los mismo sucede con la época islámica, se tienen muy pocas noticias de Madina Mayurqa. Por el contrario, las bibliotecas surgidas a partir de la conquista de 1229 por el rey Jaime I sí se tienen documentadas. Hay que advertir que en Mallorca se utilizó el término "llibreria" para designar la biblioteca, costumbre que todavía hoy perdura en el lenguaje coloquial de algunos ambientes de Ciutat. Básicamente se trataban de bibliotecas conventuales o de pequeñas bibliotecas privadas. Jocelyn Nigel Hillgarth estudió en su día las bibliotecas medievales de Mallorca, trabajo que luego publicó bajo el título Readers and books in Majorca. Hillgarth se percató de la importancia de las "llibreries" conventuales, entre las que destacaban considerablemente, por una lado, las de las órdenes mendicantes: la de los dominicos y la de los franciscanos; y por el otro la del monasterio cisterciense de La Real. Estas bibliotecas, en cuanto al sistema de organización, no diferían mucho de otras medievales europeas que también han podido ser estudiadas.

En el caso del convento de Santo Domingo de Palma existía un "scriptori o libreria", que consistía en un espacio abovedado y articulado a partir de la colocación de atriles y bancos, cada uno de los cuales poseía una serie de libros "de cadena communi", los conocidos como "llibres de cadena". Se trataba de una serie de libros que descansaban horizontalmente en anaqueles practicados en la parte inferior de los atriles, al mismo tiempo que estaban anclados al mismo mueble con una cadena, por lo que los frailes se debían sentar ante un atril u otro, dependiendo del libro que quisieran leer. De este estilo y época, hoy se mantiene bien conservada, por ejemplo, la Biblioteca Malatestiana, en Cesena (Italia).

Ahora bien, la biblioteca que contó con mayor prestigio en el medievo palmesano fue sin duda la del monasterio de La Real. Recordemos que la formación intelectual de Ramon Llull se forjó en ese "scriptorium" de los monjes del Císter; y que en su testamento de 1313, el sabio mallorquín legó a la biblioteca de dicho monasterio "un cofre lleno de libros que tengo en casa de Pere de Sentmenat".

Por otro lado, todo parece indicar que los reyes de la Casa Real de Mallorca demostraron cierta inclinación por los libros. Jaime III llegó a tener una biblioteca digna de la realeza europea. Basta observar los códices que encargó, bellamente escritos e iluminados: El Llibre dels Reis, Les Lleis Palatines, El Llibre de les Franqueses... entre otros. Su erudición quedó atestiguada de nuevo cuando hizo la importante donación de cuarenta manuscritos al monasterio de Poblet con el objetivo de enriquecer sus fondos. Su biblioteca debió gozar de cierta fama. Cuando a finales del mes de mayo de 1343, Pedro el Ceremonioso, tras vencer a su cuñado Jaime III, entró victorioso en la Ciutat de Mallorques, se dirigió directamente al castillo de la Almudaina. Allí ordenó registrar toda la fortaleza dando instrucciones precisas: le interesaba requisar las joyas y los libros que habían pertenecido al rey de Mallorca.

En cuanto a las bibliotecas particulares es difícil hacerse una idea aproximada. Ya lo advirtió J. N. Hillgarth. Ahora bien, este mismo autor estableció una serie de conclusiones después de estudiar innumerables inventarios notariales y otros tipos de documentos. Por ejemplo, las "llibreries" o bibliotecas particulares de Ciutat no eran exclusivas de un estamento social determinado. En los siglos XIII y XIV, los judíos eran buenos lectores y solían tener un buen número de libros. Entre ellos había destacados libreros y escribas. Entre los cristianos, el clero, la burguesía, especialmente los mercaderes y la menestralía eran los grupos sociales que más libros tenían entre sus propiedades. Esta situación concuerda con la realidad de las ciudades italianas de la época. En palabras de Hillgarth, los mallorquines "celebraban la vida ciudadana con el mismo entusiasmo que cualquier italiano. Ciudades como la de Mallorca [Palma], Valencia o Barcelona constituyeron un marco donde se podía vivir, y vivir bien, y entre los aspectos de esta vida la lectura no era lo menos importante". En la Ciutat de Mallorca del medievo se estudiaban a los clásicos al mismo tiempo que se interesaban por los Padres de la Iglesia o por los escritores escolásticos. Este hecho les acercaba de nuevo a la Italia que asistía a los primeros balbuceos del Renacimiento. Siempre se ha considerado que uno de los signos más evidentes de una sociedad civilizada es aquel en que sus ciudadanos manifiestan su amor por la música y los libros.

En Readers and books in Majorca, Hillgarth demuestra que "en Mallorca existía un notable nivel de interés por la lectura en general, mucho más difundida que en la Francia o la Inglaterra de aquellos siglos. En la primera mitad del siglo XVI las cuentas del librero Squer documentan el deseo de toda clase de personas, desde nobles hasta oficiales menores o tejedores, en adquirir libros. Dudo [continua Hillgarth] si podríamos encontrar un registro como éste en París en la misma época. Dos inventarios (uno de 1545 y otro de 1550) de los libros propiedad de menestrales nos descubren personas que, según mi opinión, es difícil no denominarlos humanistas".

Desgraciadamente, esta situación favorable a las bibliotecas y a la lectura en la ciudad se fue deteriorando a finales de la Edad Media mallorquina. La desaparición de la comunidad judía, la importante crisis económica y social, la irrupción turca en el Mediterráneo, la consolidación de una oligarquía local a partir de un proceso imparable de acumulación de la propiedad y el capital a costa de la pauperización de una parte importante de la sociedad... son algunas de las posibles causas que podrían dar respuesta a esta nueva situación. En todo caso, Palma tuvo que esperar a la Ilustración del siglo XVIII para poder asistir a la creación de nuevas e importantes bibliotecas, las cuales estaban destinadas a convertirse en nuevos oasis de civilización, pequeños jardines del Edén para la lectura, en nuevos foros que darían pie a animadas tertulias en donde se esperaba con ilusión y serenidad una nueva y esperanzadora época.

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