Resulta que el Palau de Congressos es como el patito feo, que cuando crece se convierte en cisne. No. Esta metáfora no es la más apropiada. El Palau de Congressos es como una nuez, dura por fuera sabrosa por dentro. Como una naranja, áspera en la piel, dulce y jugosa en su interior. Como el maracuyá, oscuro en su exterior, multicolor cuando lo abrimos.

Durante las jornadas de puertas abierta de este pasado fin de semana, miles de mallorquines han descubierto por que la obra impulsada por Jaume Matas y proyectada por el arquitecto Patxi Mangado es tan fea en su exterior. Los guías que acompañaban a los visitantes han puesto especial énfasis en explicar que el gris no es del hormigón sino del aluminio inyectado de aire, un material muy resistente, algo conveniente cuando uno construye junto al mar. También contaban que la forma de celdillas de la fachada tiene una doble función: aislar acústica y térmicamente y permitir la entrada de abundante luz sin que deslumbre en el interior.

Los miles de visitantes se han extasiado contemplando el interior. Salas inmensas o más pequeñas, sencillas, con una elegancia digna de los mejores diseñadores. Juegos de luces que permiten cambiar los colores según el ambiente que se desee aportar a cada actividad programada. Una sala de exposiciones grandiosa para muestras asociadas a los congresos. Bares y terrazas con vistas espectaculares a la bahía y al casco antiguo de Palma. Aquí, un inciso. Según el arquitecto Mangado, sobra el edificio de Gesa, que, en su opinión nada aporta a la arquitectura del siglo XX.

Esta es la sentencia definitiva de la inmensa mayoría de los que ya han visitado el edificio: por fuera sigue siendo feo; por dentro es espacioso, luminoso y elegante. Es una opinión que comparto. Habrá que explicárselo a los mallorquines que jamás entrarán en el edificio y a los millones de turistas que camino del aeropuerto o dispuestos a visitar la ciudad vean la inmensa mole gris. "Entérese todo el mundo. Es cierto, es feo por fuera, pero por dentro es espectacular".